sábado, 22 de octubre de 2011

Un barco inspirador

Aún cuando la escuelita se encontraba cerro abajo, tras centenares de escaleras, laberintos de bloques desnudos y techos de zinc, el modesto jardín de infancia no había traspasado la frontera de la zona humilde de Catia.

Él no tenía juguetes, sólo contaba con su imaginación para inventar mundos fantásticos, es por eso que cuando vio aquel dibujo que había hecho otro niño, se sumergió en un sueño de papel y acuarelas, en el que tenía un loro como amigo, un parche en el ojo y una barba en forma de pincel, y con ella coloreaba de azul los mares lejanos.

Estaba tan maravillado con ese barquito tricolor, que sintió como su ombligo crecía y le dejaba un hueco de afán en la panza.

—¿Me regalas el dibujo? —preguntó ansioso.

—No. Sólo quieres mi barco para decir que lo pintaste tú —acusó el autor del barquito.

Mientras más intentaba explicar que no trataba de conferirse la autoría del dibujo, los gritos del niño difamador se hacían cada vez más fuertes. Tanto, que desencadenaron un coro de vocecitas chillonas, que lo acusaban de impostor. El hueco que había en su ombligo se llenó esta vez, de impotencia líquida y para que no lo vieran llorar, echó a correr.



. . . . .



Treinta años después, caminaba por las calles del Centro de Caracas. Se detuvo a observar una agrupación de músicos que tocaba en la plaza. No fue la melodía la que llamó su atención, sino el color de sus atuendos que, de tan rojos, parecían más Diablos de Yare, que una camerata. La tonalidad de sus pensamientos fue interrumpida abruptamente cuando un Guardia Nacional lo tomó por el brazo y lo interrogó:

—¿Jacobo? ¿Jacobo Borges? ¿No te acuerdas de mí? —Preguntó aquel hombre vestido de oliva.

—Disculpa, la verdad es que no —Respondió el afamado pintor.

—Soy el niño al que pediste el dibujo del barquito para decir que habías sido tú quien lo pintó.

— ¡Claro que me acuerdo! —Exclamó emocionado— Venga un abrazo hombre.



. . . . .



La música de la plaza hacía las veces de marco para las reflexiones del artista. Mientras se alejaba despacio, se preguntaba una y otra vez «¿Por qué fui yo quien se convirtió en pintor?» Pasado un rato, todo se aclaró «Porque siempre supe que pintar era lo que quería hacer en la vida». Junto con la respuesta, el agujero en el ombligo de Jacobo Borges, se llenó de cosquilleos de satisfacción, que le dibujaron en la cara una sonrisa de pirata.