domingo, 1 de diciembre de 2013

Escena cíclope


 
     Traté de voltear a otra parte. Es de mala educación —por decir lo menos—quedársele viendo fijamente a alguien. Pero no pude, mi mirada se negaba a apartarse de aquella lupa gigante que brillaba fuera de contexto, aquella que magnificaba un ojo envejecido y que hacía lucir al anciano que estaba del otro lado del cristal, como un cíclope mitológico.

     Lo vi desde la distancia y aunque intenté no fisgonear, a medida que me acercaba a las mesas de la panadería, la voz entrometida que vive en mi cabeza se empeñaba en adivinar qué estaba haciendo el viejo, qué lo tenía tan absorto.      

     «¿Estará tasando una joya? ¿De dónde habrá sacado una lupa tan grande? —Me preguntaba, pero en seguida surgía una cadeneta de interrogantes que descartaban mi deducción sherlockholminística— : ¿En una panadería? ¿Con el hampa desatada en Caracas? No, no debe tratarse de una prenda»

     Todas mis expectativas, mis suposiciones y mis inferencias se esfumaron en el momento en que el espejismo se aclaró. Una carcajada hizo que todos voltearan, incluido el ojo del cíclope, quien desvió su atención de  la valiosísima alhaja que inspeccionaba con su estrambótica lupa:

Un mensaje de texto en su teléfono.