Allí,
frente al espejo,
como cada día,
pasé revista:
una a una,
las canas,
las arrugas,
las manchas
que el tiempo va bordando
con hilo de sombra y sal.
Y de pronto,
como una honda expansiva
de tiempo líquido,
me estalló en la cara
la vejez —
silenciosa,
inevitable.
Entonces, declaré:
Soy vieja.
Y decidí,
sin lágrimas ni drama:
no volveré a subir
a una montaña rusa.
Versión original 31 de octubre de 2012
Versión revisada 24 de agosto 2025

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