viernes, 18 de mayo de 2012

Prólogo a una fosa común.

     Esta escena se repetiría demasiadas veces luego de la guerra civil española durante la dictadura de Francisco Franco. Las cárceles, atiborradas de opositores al régimen, eran el prólogo a una fosa común.

Texto basado en una escena de la película La voz dormida de Benito Zambrano.

*   *   *   *

     Los tacones golpeaban el suelo mojado en marcha firme y el eco rebotaba en las paredes. Dos reverendas vestidas con hábitos negros precedían a cuatro carceleras. El grupo se desvanecía en la oscuridad y reaparecía a intervalos bajo la luz de cada lámpara hasta llegar al fondo del corredor. Se abrió un portón de hierro y el grupo entró al recinto.
     A través de la oscuridad de la noche y de los barrotes de una pequeña ventana, podían verse, coronados con rollos de alambre de púas, los muros de la prisión.
     Un coro de voces rezaba: «Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén». Una joven se levantó del rincón para asomarse por encima de decenas de cabezas  arropadas, no sólo por mantas, sino por sombras y oraciones que inundaban la gran celda. La joven susurró llorando «Ya vienen». Entre sollozos y jadeos una de las mujeres se acurrucó en el suelo como queriéndose fundir con el cemento.  Balbuceaba «no puede ser».
      Al otro lado de los barrotes de la celda, religiosas y custodias detuvieron su marcha. La madre superiora dio dos fuertes palmadas y gritó: «Atención internas, la que se vaya nombrando, que salga y haga una fila». Una de las carceleras sacó un cuaderno y leyó en voz alta una lista de nombres, mientras otra, con el manojo de llaves, se dispuso a abrir la reja. «Teresa Blanco Martín, Ángeles Domínguez Torres, Ramona López Díaz, Juana…» Al fondo, rezos.
     La mujer que lloraba encogida en el suelo, preguntó a sus compañeras: «¿Han dicho mi nombre?» Las demás gimieron, algunas se llevaron  las manos a la boca para ahogar los gritos.
     La frente de la mujer se llenó de pliegues, sus cejas se arquearon, el temblor de sus labios se extendió en su rostro. Brillos de luz y lágrimas titilaban en sus ojos. Repetía una y otra vez entre llantos: « ¿Han dicho mi nombre?» y como si fuera cordero, continuó: «Pero si yo no he hecho nada. No he hecho nada. Sólo iba a la casa del club a bailar, yo lo he dicho mil veces, yo no he hecho nada».  
     Jadeaba, Gemía, ahogaba sus lamentos y, mientras lo hacía, sus compañeras la desvestían. Retiraban un sucio suéter de lana oscura. Ella continuaba divagando: «El que tenía el revolver era mi novio, yo sólo iba a bailar, porque me gusta bailar». Sus compañeras la cubrían con una vestidura gris y ella suplicaba: «Déjenme, yo no he hecho nada»  Hizo el intento de ponerse de pie y exclamó: «¡No puedo!  Hortensia no puedo moverme, me he orinado» Rompió a llorar y sus compañeras la ayudaron a levantarse.
     Una vez de pie exclamó: «¡Ay mi madre! ¡Mi pobre madre! Se está quedando sin hijos —Mientras, sus compañeras le colocaban un pesado abrigo—, que alguien le diga a mi madre que la quiero mucho». Lloraba casi histérica. Entonces Hortensia la tomó por la cara y le dijo- «Ángeles, que no te vean llorar, vida mía, no les des ese gusto”. Besó su mejilla, agarró su brazo y la condujo hasta la reja. En el camino, abrazos, manos extendidas y gemidos se despedían de Ángeles.

     Sombras de siluetas humanas tiritaban en la parte baja de un gran paredón blanco. En lo alto, centenares de orificios  oscuros se veían como si fueran el negativo del cielo negro y estrellado que remontaba la noche.
     Los ojos de una docena de condenadas  miraban suplicantes a igual número de soldados,  quienes inmóviles, esperaban la orden para alzar sus armas y abrir fuego.  
      Ángeles, estaba en el medio de la línea de prisioneras con el rostro pálido y contraído en una mueca de horror. Una voz ordenó: «¡Carguen armas!  ¡Apunten!  ¡Fuego! ».
     Los cuerpos se desplomaron unánimes y un oficial se detuvo frente a cada bulto para disparar un último tiro en cada cabeza.
     En la celda, Hortensia miraba hacia la ventana enrejada, quizás había oído la ráfaga del pelotón de fusilamiento, quizás se preguntaba cuándo llegaría su turno.  

Fin

5 comentarios:

  1. Jean de Bonstetten19 de mayo de 2012, 5:01

    Tu relato es terriblemente eficaz en el sentido que de inmediato el lector está caminando por el pasillo al lado de las monjas y las carceleras, y como que no se anima mucho a seguir leyendo .. temiendo lo que ya intuye.

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  2. Jean de Bonstetten20 de mayo de 2012, 12:09

    Julieta te instala enseguida minúsculo Testigo al lado de los duros zapatos de las monjas y carceleras, y vas avanzando a su lado por esos oscuros pasillos del patíbulo.

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  3. excelente relato. trasmites la atmosfera y los sentimientos de las prisioneras, esta tan bien narrado que es facil ir imaginando la situacion. chapeau juliette!

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  4. Muy bueno el relato July, felicitaciones !

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