jueves, 24 de marzo de 2011

Fuego a las cuatro

   Desde que Greta supo que el profesor Alfredo Salas había aceptado ser el tutor de las coquetas gemelas Montero, algo punzante y persistente empezó a anidar bajo su piel. Era un aguijón de celos: fino, tenaz, siempre activo. La herida no sangraba, pero ardía.

   Había sido durante el segundo semestre, en una discusión sobre Oscar Wilde, cuando el vínculo entre ellos cruzó sin retorno la delgada línea que separa la admiración intelectual del deseo. A partir de entonces, su relación tomó forma en el lenguaje de lo oculto: mensajes cifrados, miradas como ráfagas, gestos que nadie más podía descifrar, pero que para ellos eran un código compartido, íntimo, casi sagrado.

   Con el tiempo, la universidad, sus horarios cambiantes y las exigencias de las pasantías terminaron por desdibujar el jardín secreto donde Greta, convertida en niña, jugaba a ser descubierta por su maestro. Ya no había contacto. El idilio —más platónico que carnal— se había evaporado sin consumarse. Y, sin embargo, ella se sabía aún presente en sus pensamientos, como un fantasma que acaricia sin cuerpo.

   No estaba dispuesta a ceder ese lugar. Mucho menos ante el escote simétrico de las Montero.


   Llegó a su apartamento a las tres en punto. Puso en el reproductor Dos Pájaros de un Tiro, la gira compartida de Serrat y Sabina, y una sonrisa cargada de ironía le curvó los labios. Tal vez ella también podía matar dos pájaros con un solo gesto.

Abrió las llaves del agua caliente, espolvoreó sales de lavanda, y mientras la bañera se llenaba, se sentó frente al computador. Escribió un correo que no necesitaba más revisiones que el deseo:


Asunto: A las cuatro

Alfredo:

   Te escribo por esta vía porque lo que quiero decir no cabe en un mensaje breve. El vacío que dejó tu ausencia se ha desplazado en mí. Ya no está en el pecho: bajó, se volvió ansiedad húmeda, una fiebre que no se calma con palabras.

   A las cuatro —tu hora habitual de tutoría— dejaré la puerta entreabierta. La bañera estará llena. Velas encendidas. Me hundiré en ese calor con los ojos cerrados, intentando imaginar tus manos donde no han estado, tu boca donde nunca llegó.

   Una lástima que estés tan ocupado con las mellizas. Sé que te encantaría estar aquí, sintiendo el ritmo de mi respiración acelerarse en tu oído, mis besos volverse más voraces, mi lengua transformarse en manos —manos de ciego con hambre.

   En fin. Quería avisarte. A falta de tu presencia, tendré que apelar a la imaginación para apagar este incendio. A solas.

   Te pienso. Te extraño.

   Greta


   A las cuatro, el agua tibia la recibió como un cuerpo que la esperaba desde siempre. Cerró los ojos. Fuera del baño, el reloj avanzaba en silencio.


   Mientras tanto, en otro edificio de la universidad, la profesora Carlota Arocha escuchaba atónita la petición de las hermanas Montero.

—¿Cómo que necesitan nueva tutora? ¿No era el profesor Salas quien supervisaba su tesis?

—Eso creíamos, profesora —respondió una de ellas, acomodándose el cabello—, pero llevamos seis martes seguidos llegando puntualmente a su cubículo a las cuatro… y él nunca aparece. Siempre nos deja plantadas.

—¿Y qué excusa les da?

—Siempre lo mismo —dijo la otra, cruzando los brazos—: que estaba apagando un incendio.

Carlota levantó una ceja, suspicaz.

—¿Seis incendios consecutivos?

   El silencio cayó como una vela extinguida.


*Versión revisada en julio de 2025

lunes, 7 de marzo de 2011

Duetos coloridos


   Es un espectáculo verlas cruzar el cielo caraqueño. Vuelan en pareja. Duetos coloridos se elevan en el cielo. Maravillan a los que desde abajo tenemos la suerte de ser testigos de tonalidades fugaces. Siempre en pares. Siempre brillantes, vestidas de bandera.

   Las guacamayas son una oda a la unión, a la fidelidad, a la monogamia, al número dos.

   Con el Ávila de fondo, se remontan los orgullosos papagayos. Aletean haciendo alarde de su pareja, aquella que eligieron para toda la vida, como compañía para volar en libertad.

   No logro entender qué clase de engendro puede atreverse a robarles su alma gemela y condenarlas a calabozos de soledad.






jueves, 3 de marzo de 2011


Amanecí con frío. No es una queja, me gusta que me invada y me cale hasta los huesos, poder abrigarme, no sudar al salir a la calle, caminar largo sin sentir sofoco.

No sé cuál será la temperatura, pero es inusualmente baja. Desde hace años hace mucho calor en Caracas, y ni siquiera en diciembre, el acostumbrado mes de tregua, deja uno de padecerlo.

Por eso recibo este frescor con mucha gratitud… sin brillo en la cara… con el pelo suelto y oloroso a hierbabuena.