miércoles, 26 de septiembre de 2012

Un zoológico en las nubes


     Julia estaba acostada sobre la grama en una ladera del páramo trujillano, apoyaba la cabeza sobre sus manos y mordisqueaba una ramita al tiempo que  miraba el cielo de Niquitao.  Le parecía que no había en el planeta, luz que igualara esas tonalidades extraordinarias, tampoco nubes más sorprendentes que las esparcidas sobre esos parajes.

     Cuando era niña, solía jugar con su hermano a descifrar qué animales se escondían tras las formas blancas. «¡Mira Julia, aquella de allá, es una ovejita!» exclamaba su hermano menor, mientras apuntaba con su pequeño índice, lo que parecía una mota de algodón con cuatro patas.

     Ella encontraba curioso que las siluetas proyectadas en las nubes ese día, no fuesen similares a las típicas ovejas de otros cielos, estas nubes eran distintas, eran intensas, penetrantes, multidimensionales, como si estuviesen vivas. Esa, por ejemplo, parecía un oso, pero podía jurar que llevaba puesto un antifaz. Aquella otra, era un gran águila que intentaba cubrir su calvicie con una suerte de cresta en forma de boina y las mullidas puntas de las alas eran más claras que el resto.

     —¿Será un cóndor? —Rió divertida— Sí, definitivamente se parece a Condorito.

     A lo lejos divisaba lo que lucía como un mapache de hocico alargado, rodeado de nimbos bicolores en la cola. Lo había visto antes en las revistas conservacionistas  de  la posada, era un coatí andino.

     Frente a Julia desfilaban los animales trujillanos convertidos en monumentales nubes. Osos frontinos, lapas, salamandras, pecaríes de collar, venados, gallitos de la sierra, todos esponjosos, todos estampados con mil matices de niebla blanca. Era como si el arca de Noé fuese un nubarrón enclavado en el pezón de La Teta de Niquitao, y ella, Julia, la encargada de hacer el inventario de pasajeros.

     Fascinada ante el espectáculo, quiso tocar los animales para constatar que no soñaba, se levantó y se sacó el tallo de la boca, al hacerlo, se dio cuenta de que no era una ramita común la que tenía entre los labios… lo que había estado masticando  todo ese rato de nubes psicodélicas, era el tallo de un hongo alucinógeno que convirtió el cielo de Niquitao en  zoológico de nubes.

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