A pesar de que su padre era andino, Julia
nunca había visitado el Estado Trujillo, por eso, si quería escribir sobre la
geografía del lugar, no tendría otro remedio que hacer un viaje a través de Google Earth.
Frente a
ella estaba el globo terrestre visto
desde el satélite. Sólo escribió dos palabras: Trujillo y Venezuela. De pronto
comenzó la imagen a acercarse tan rápidamente
que incluso pudo sentir vértigo en su
estómago.
En sólo
segundos la esfera azul se tornó verde, como
si alguien hubiese dejado caer una cámara desde el espacio sideral hacia una
montaña cubierta de polvos de esmeralda.
Vista
desde el cenit, la ciudad de Trujillo parecía una cicatriz de techos rojos que
en algún momento había desgarrado el verdor del páramo venezolano para quedarse
hendida en el paisaje. A medida que se acercaba al suelo podía ver, con una
definición increíble, detalles como las rayas blancas que cosían las carreteras principales o las copas de los
árboles que rodeaban las plazas.
Como un ánima virtual, sobrevoló la ciudad de
Trujillo y sus cercanías, se elevó por los caminos zigzagueantes, se posó como
un pájaro sobre el manto de la Virgen de la Paz, planeó hacia el equilibrio
asimétrico de los sembradíos aledaños y surcó los cerros, que como una
fortaleza de muros frescos, rodeaban la ciudad.
Estaba
maravillada con la belleza de ese rincón andino, pero no era suficiente verlo
así, desde la distancia del computador, para poder escribir necesitaba sentir los
parajes, olerlos, vivirlos como se hace cuando se toma un puñado de hierba mojada
y se inhala profundo para inundar cada
poro del ser con la memoria de ese instante.
Julia sabía que no podría hacerlo sola, para
escribir necesitaba ayuda, por eso le hizo una promesa a la Virgen de la Paz, a cambio de la gracia de la inspiración hizo
el ofrecimiento solemne de dedicarle sus
escritos y de hacer el peregrinaje a su santuario. Cuando Julia estuviese
frente a la virgen, se rendiría a sus pies para llevarle letras y flores… Y
entonces comenzó a escribir.