El vagón estaba repleto. Hacía horas que sentía las piernas entumecidas y a punto de acalambrarse. Cambió de posición y se concentró en observar a los demás para distraerse de su incomodidad. Las caras del resto de las personas que viajaban con ella competían en palidez y fatiga.
Pequeñas partículas de nieve flotaban dentro del vagón. Se escapaban del blanco y gélido paisaje exterior.
Tenía hambre y sed, pero las enseñanzas de su madre le impedían quejarse “una dama no pierde jamás la compostura”. Tomó su barra carmín y coloreó sus labios, recordaba aquello que le habían dicho días atrás… “A donde vas, no necesitarás nada”.
El chillido de los frenos fue repentino y muy desagradable. El tren paró. Uno de los chicos más jóvenes corrió a la pequeñísima ventana enclavada en lo alto de la pared lateral.
- ¿Qué ves muchacho? Preguntó un hombre.
- Una estación… creo. Dijo el chico vacilante.
- ¿Tiene algún nombre?
Era un idioma distinto al de su Hungría natal. Le costaba mucho descifrar y pronunciar aquel alfabeto tan diferente al suyo.
- A… USCH… WITZ. Balbuceó inocente.
Interesante el relato pero tremendamente contradictorias las imágenes difícil imaginar las "partículas" de nieve flotando en un vagón repleto de gente, así como la posibilidad del niño de correr en esas circunstancias, o el lugar está repleto o hay espacio para correr...
ResponderEliminarHace un par de días vi una película llamada fateless… Aún cuando no era la escena más espeluznante del film, me conmovió inmensamente y quise practicar mi escritura de escenas (asisto a un taller de literatura creativa y es parte de la tarea hacer estas prácticas)… No resalté lo espantoso del cuadro general para intentar sorprender al lector con el final. Tienes razón, correr, no es la palabra correcta para la aproximación a la ventana (que no era ventana)… pero las partículas de nieve si estaban ahí!
ResponderEliminarGracias por escribir
J