jueves, 16 de septiembre de 2010

Una paella muy especial.

   El abuelo, emigrante de Canarias. La abuela, Margariteña de pura cepa.
   Los cinco hijos, nacidos en un paraíso terrenal: la pequeña Venecia.
   La paella, Delicia culinaria preparada con los mariscos más frescos, los ajíes más rojos y las manos más expertas… se convirtió en la ceremonia familiar por excelencia, donde el maridaje de los sublimes sabores unidos al aromático humo de la leña, tatuó en sus almas el sabor de la unión fraternal.
   En algún momento de sus vidas, los vástagos tuvieron su iniciación para probarse dignos sucesores de la sazón del clan, y estos a su vez transmitieron la sabiduría del rito familiar a sus hijos.
   La generación de nietos se cultivó en la tradición culinaria… pero uno de ellos, el más rebelde e indómito de todos, desarrolló su manera muy exclusiva, poética dirían algunos, de hacer de la paella una experiencia muy especial…un particular ingrediente añadió una nueva dimensión al platillo ibérico…
   En vez de perejil… el recién estrenado chef, eligió otra planta herbácea familia de las sativas, para aliñar su creación.
    …..
   Fue unánime el dictamen. Todos los galardones culinarios, todos los tenedores de oro, no serían suficientes…el chico estaba dotado de un gran talento, había superado a toda la casta de paelleros. Los alegres comensales elevados por un sublime sentimiento de bienestar espiritual y físico… regocijados ante la más positiva de las vibras, ovacionaron al joven novato y lo declararon ¡rey indiscutible de las paellas!

martes, 14 de septiembre de 2010

“Bucket list”

     El jueves murió una de mis compañeras del Taller de escritura creativa. En su blog personal tenía su “Bucket list”, aquellas cosas que quería hacer antes de “patear el balde”. Me entristeció enormemente que se fuera tan joven y me pregunto cuántos de los sueños enumerados en su lista pudo realizar.

  Leer ese post me hizo reflexionar profundamente y caí en cuenta de que los días se transforman en años en un abrir y cerrar de ojos y que yo no había hecho mi lista… y si no la hago, no puedo empezar a acumular logros.




- Ordeñar una vaca




- Sentarme en un torno para cerámica… con el fondo musical de unchained melody interpretada por los Righteous Brothers.




- Viajar en un crucero… por el Mar Báltico preferiblemente.




- Conocer Estambul.




- Hacer el camino de Santiago.




- Ir a una vendimia…




- Ir a un asentamiento indígena.




- Ver un parto natural.




- Hacer cima luego de escalar una montaña… un cerro pequeño es válido!




- Escribir un libro




- Hacer una excursión en kayak.




- Comer el gusano, luego de beber una botella de Mezcal.




- Hacer un paseo por la ruta 66.




- Manejar un descapotable.




- La gran Sabana… hay que ir.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Do not disturb.

Te imagino trotando junto al mar.

El iPod ceñido a tu brazo derecho, como una prótesis tecnológica que bombea música en vez de sangre. Llevas los lentes oscuros, no por el sol —que ya se va—, sino para ocultar el leve temblor de nostalgia que aún tiñe tu mirada. Ese dejo inconfundible de los que extrañan su tierra, su idioma, su sombra original.

Vas cruzando el ocaso.
Una silueta contra un cielo encarnado.
El sol se inclina hacia el mar como un gigante extenuado dispuesto a zambullirse en su lecho salado.

Tu perro jadea. Lo imagino fiel, pegado a tu ritmo, lengua afuera, víctima y testigo del calor costero. Acompaña tu soledad como si la comprendiera, como si también la llevara en sus patas.

En tus oídos suena Bach —sí, puedo oírlo contigo—: el preludio de la Suite No. 1, en cello, tocado por Yo-Yo Ma. Cada nota parece dictar el compás de tus pasos. La música, tus pies y tu corazón laten al unísono, como una coreografía secreta que sólo tú conoces.

Huelo el mar en ti.
Y el sudor.
Y ese perfume que sólo los cuerpos vivos emiten cuando se vacían corriendo hacia la nada.

A más de dos mil kilómetros, en otra ciudad, me deslizo en silencio hacia el sueño. Mis sábanas me envuelven con la tibieza de un deseo a medio pronunciar. Te sigo imaginando. Te quiero más nítido. Te quiero completo. Me apuro. Yo también quiero correr. También quiero llegar a ti.

Pero ya no estás.
Te me disuelves.
Como espuma.

Y entonces, ella aparece.

De espalda recta, cuello erguido, pasos secos. Tiene una ceja alzada como un sable: gesto inconfundible de los que juzgan, de los que censuran sin pestañear, de los que interrumpen la ternura con reglas.

Es acartonada. Precisa. Irrita por lo perfecta.
Pero la reconozco de inmediato.
Claro que sí.

Soy yo.

O mejor dicho, esa versión de mí que me vigila cuando más libre me siento. El alter ego que patrulla mis impulsos. La que dice "esto no es correcto", "esto no deberías pensarlo", "esto no se escribe".
La intrusa.

Se me planta en frente. Nos separa un suspiro. Su mirada busca la mía con autoridad de inspectora. Acerca su rostro hasta casi rozarme, y sin una palabra de más, se lleva el dedo índice a los labios pintados con mi rojo favorito. Me dice, sin voz, pero con el peso de una sentencia:

Shhhhhh… Do Not Disturb.

Y se esfuma.
Como tú.
Como el sueño.
Como lo que apenas empieza a doler cuando se apaga.


Versión original 03 de septiembre 2010
Versión revisada 29 de julio 2025