Te imagino trotando junto al mar.
El iPod ceñido a tu brazo derecho, como una prótesis tecnológica que bombea música en vez de sangre. Llevas los lentes oscuros, no por el sol —que ya se va—, sino para ocultar el leve temblor de nostalgia que aún tiñe tu mirada. Ese dejo inconfundible de los que extrañan su tierra, su idioma, su sombra original.
Vas cruzando el ocaso.
Una silueta contra un cielo encarnado.
El sol se inclina hacia el mar como un gigante extenuado dispuesto a zambullirse en su lecho salado.
Tu perro jadea. Lo imagino fiel, pegado a tu ritmo, lengua afuera, víctima y testigo del calor costero. Acompaña tu soledad como si la comprendiera, como si también la llevara en sus patas.
En tus oídos suena Bach —sí, puedo oírlo contigo—: el preludio de la Suite No. 1, en cello, tocado por Yo-Yo Ma. Cada nota parece dictar el compás de tus pasos. La música, tus pies y tu corazón laten al unísono, como una coreografía secreta que sólo tú conoces.
Huelo el mar en ti.
Y el sudor.
Y ese perfume que sólo los cuerpos vivos emiten cuando se vacían corriendo hacia la nada.
A más de dos mil kilómetros, en otra ciudad, me deslizo en silencio hacia el sueño. Mis sábanas me envuelven con la tibieza de un deseo a medio pronunciar. Te sigo imaginando. Te quiero más nítido. Te quiero completo. Me apuro. Yo también quiero correr. También quiero llegar a ti.
Pero ya no estás.
Te me disuelves.
Como espuma.
…
Y entonces, ella aparece.
De espalda recta, cuello erguido, pasos secos. Tiene una ceja alzada como un sable: gesto inconfundible de los que juzgan, de los que censuran sin pestañear, de los que interrumpen la ternura con reglas.
Es acartonada. Precisa. Irrita por lo perfecta.
Pero la reconozco de inmediato.
Claro que sí.
Soy yo.
O mejor dicho, esa versión de mí que me vigila cuando más libre me siento. El alter ego que patrulla mis impulsos. La que dice "esto no es correcto", "esto no deberías pensarlo", "esto no se escribe".
La intrusa.
Se me planta en frente. Nos separa un suspiro. Su mirada busca la mía con autoridad de inspectora. Acerca su rostro hasta casi rozarme, y sin una palabra de más, se lleva el dedo índice a los labios pintados con mi rojo favorito. Me dice, sin voz, pero con el peso de una sentencia:
—Shhhhhh… Do Not Disturb.
Y se esfuma.
Como tú.
Como el sueño.
Como lo que apenas empieza a doler cuando se apaga.
Versión original 03 de septiembre 2010
Versión revisada 29 de julio 2025
Excelente...
ResponderEliminarSiempre suyo
Un completo gilipollas
me gustó...so much
ResponderEliminarSencillo, limpio, inspirador...
ResponderEliminarSimple, directo reflexivo...me meti en el personaje y wuao se parece a mi...
ResponderEliminarGracias miles por leer-me
ResponderEliminarJ