jueves, 16 de septiembre de 2010

Una paella muy especial.

   El abuelo, emigrante de Canarias. La abuela, Margariteña de pura cepa.
   Los cinco hijos, nacidos en un paraíso terrenal: la pequeña Venecia.
   La paella, Delicia culinaria preparada con los mariscos más frescos, los ajíes más rojos y las manos más expertas… se convirtió en la ceremonia familiar por excelencia, donde el maridaje de los sublimes sabores unidos al aromático humo de la leña, tatuó en sus almas el sabor de la unión fraternal.
   En algún momento de sus vidas, los vástagos tuvieron su iniciación para probarse dignos sucesores de la sazón del clan, y estos a su vez transmitieron la sabiduría del rito familiar a sus hijos.
   La generación de nietos se cultivó en la tradición culinaria… pero uno de ellos, el más rebelde e indómito de todos, desarrolló su manera muy exclusiva, poética dirían algunos, de hacer de la paella una experiencia muy especial…un particular ingrediente añadió una nueva dimensión al platillo ibérico…
   En vez de perejil… el recién estrenado chef, eligió otra planta herbácea familia de las sativas, para aliñar su creación.
    …..
   Fue unánime el dictamen. Todos los galardones culinarios, todos los tenedores de oro, no serían suficientes…el chico estaba dotado de un gran talento, había superado a toda la casta de paelleros. Los alegres comensales elevados por un sublime sentimiento de bienestar espiritual y físico… regocijados ante la más positiva de las vibras, ovacionaron al joven novato y lo declararon ¡rey indiscutible de las paellas!

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