miércoles, 31 de octubre de 2012

Montaña rusa


Allí,
frente al espejo,
como cada día,
pasé revista:

una a una,
las canas,
las arrugas,
las manchas
que el tiempo va bordando
con hilo de sombra y sal.

Y de pronto,
como una honda expansiva
de tiempo líquido,
me estalló en la cara
la vejez —
silenciosa,
inevitable.

Entonces, declaré:
Soy vieja.
Y decidí,
sin lágrimas ni drama:
no volveré a subir
a una montaña rusa.

Versión original 31 de octubre de 2012
Versión revisada 24 de agosto 2025

viernes, 6 de julio de 2012

Sólo un quesillo



 Hice un quesillo.

Cociné espárragos al vapor, preparé una salsa holandesa que no se cortó —milagro de la alquimia y la paciencia—. Arreglé flores, elegí manteles, dispuse cubiertos y alineé copas como si se tratara de una cena de embajadores. Horneé escargots. Rebané pan fresco y lo dispuse junto al queso curado, al casabe, a las galletas artesanales y al jamón serrano.

Lavé platos. Llevé a nuestro hijo al centro comercial. Regresé. Lavé más platos. Bajé seis veces a abrir la puerta a nuevos invitados, cada uno más sonriente que el anterior. Otro viaje al centro, esta vez para recoger al hijo. Volví. Me esperaban más platos.

Me despedí de cada uno de los invitados con una sonrisa pulida, recogí botellas vacías, copas con huellas de labios ajenos, vajilla sucia, sartenes, ollas, ceniceros. Lavé la montaña de loza, la sequé, limpié mesas, barrí migas, boté bolsas de basura, sacudí cojines vencidos por cuerpos ajenos, apagué la música que aún sonaba como si la fiesta no quisiera irse.

Estiré mi espalda y, al final, soplé la última vela.

Entré a la habitación. Dormías con el televisor encendido. Te arropé. Tu respiración era tranquila, como si nada hubiera ocurrido.

Entonces recordé: unas horas antes, tu anuncio ligero, tu sonrisa diplomática, tus palabras como caricias de humo:
—Invité a un par de amigos a tomar una botella de vino. No pongas esa cara. Yo me encargo de todo. Tú solo haz un quesillo.

Solo un quesillo.

lunes, 2 de julio de 2012

Chatarra



Regreso lento a casa, y el suelo me ofrece su colección de fragmentos: tuercas, arandelas, tornillos. Me detengo, recojo cada pieza, las guardo en mis bolsillos que se llenan de chatarra inútil y silenciosa.

¿De qué autómata caen estos restos? ¿De qué mente se desprendieron?

Un susurro fugaz atraviesa mi pensamiento: quizás fui yo quien, sin saberlo, perdió en la ida los engranajes que hoy intento recoger en el retorno, como un náufrago reuniendo su cuerpo roto.

Versión original 02 de julio de 2012
Versión revisada 24 de agosto 2025

miércoles, 4 de enero de 2012

Sal

Se aferró a cada letra,

a cada palabra,

a cada poesía,

apretó fuerte los puños

para salvarlas del mar.

Allí, ante sus ojos llovizna

se convirtió en sal.