Los ruidos de la noche retumban en simetría con la oscuridad.
Los diablos bailan frenéticos. Dan vueltas con sus satánicas miradas perdidas en la nada. Se mueven al ritmo de la noche y flotan entre las sombras de la habitación. Como en una danza de perros rabiosos, entran en un trance feroz de cuernos y colmillos.
Furiosos colores centellean alrededor de inhumanas expresiones dibujadas en la cara de los demonios jerarcas de la cofradía.
De pronto se enciende la luz, y al unísono, caen al piso como un chaparrón de pesadas piedras.
Entra el viejo artesano con su nueva obra de arte en las manos. Con cuidado, la posa en el suelo junto a las otras máscaras.
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