domingo, 24 de agosto de 2025

El bucare de la vida

El destino no quiso que el viento soplara hacia los verdes campos de las haciendas del valle. En cambio, depositó una semilla de bucare en lo alto de un risco escarpado, en un olvidado pueblo trujillano. Allí, contra todo pronóstico, germinó un pequeño árbol que pendía al borde de un acantilado en La Loma de Escuque.

El árbol se negaba a crecer. Temía despeñarse, temía que su propio peso y altura lo lanzaran al vacío, hecho trizas en el fondo insondable del precipicio. Era un acto desesperado y vano, una resistencia muda para evitar la caída inminente.

Temblaba con cada aguacero, porque la lluvia intensa aflojaba sus frágiles raíces, que, pequeñas y temerosas, no encontraban asidero en la inhóspita roca. La tierra le era enemiga y el viento, un juez implacable.

Una noche, el aguacero fue tan feroz que el pequeño bucare vio su fin acercarse. Alzó sus ramas al cielo como quien implora una misericordia imposible, y comenzó a rezar.

—Me habría gustado crecer grande y frondoso, dar sombra a los cafetales y ser refugio para los pájaros —susurró, con voz quebrada—. En cambio, moriré aquí, olvidado, sin que nadie vuelva a mirarme.

Un trueno profundo respondió, precedido por un rayo que, como una daga de luz, se clavó al pie del árbol.

—Todos los seres del mundo son especiales —musitó el trueno.

—¡No me dejes caer! —rogó el bucare, doblándose hacia el abismo.

Pero era demasiado tarde. La roca a la que se aferraba cedió, y el árbol se desplomó.

. . . . .

Con las primeras luces del alba, un hombre salió a caminar por las sendas que bordearon La Loma. Viejo artesano, buscaba madera noble para sus tallas. A lo lejos, un ramaje salpicado de flores anaranjadas llamó su atención. Al acercarse, una sonrisa serena iluminó su rostro mientras rodeaba el hallazgo con gesto reverente.

Sacó de su mochila una cuerda, ató con cuidado al pequeño bucare y lo llevó a su taller.

Durante meses trabajó con devoción. Acanaló, modeló, cinceló, martilló, labró, grabó, curvó, lijó y talló el tronco del árbol hasta que, de aquella madera, brotó un magnífico niño. La creación más perfecta que su vida hubiera visto.

Una fría tarde de enero, en medio de los Andes trujillanos, mientras un río de fieles avanzaba hacia la iglesia para venerar al Niño Jesús de Escuque, el artesano pulía su obra con manos temblorosas. Conmovido por la perfección de la talla, deseó con fervor que aquel niño de madera se volviera niño de carne y hueso.

Entonces, de los pequeños ojos del bucare transformado en criatura, brotaron lágrimas de amor.

Versión original 12 de marzo de 2012
Versión revisada 24 de agosto de 2025

3 comentarios:

  1. Muy bien narrado. La foto es preciosa.

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  2. hermosa historia, la foto y la narración me gustaron mucho, un abrazo

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  3. Juliii que lindo, no lo había leído antes.
    Mi niñita artista, que lindo escribes

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