Confieso que llevo días, semanas… ok, meses, con la musa metida en un búnker subterráneo, abrazada a un extintor y negándose a salir sin garantías laborales. Hoy, harta de su actitud sindicalista, decidí mirarme al espejo y darme dos cachetadas (nivel telenovela venezolana, pero sin la banda sonora). A ver si, con suerte, reanimo alguna neurona literaria dormida.
¿Por qué tanta urgencia creativa? Porque el Guari-french —ese miembro ilustre de nuestro club literario, mezcla de crítico literario y cheerleader de autoras bloqueadas— me exigió contenido. Y como soy débil ante los desafíos y peor aún ante la presión amistosa, decidí hacer un experimento científico con el rigor de una receta de cocina de abuela: repetir el ritual que me llevó a escribir esas Crónicas Marcianas que tanto le gustaron.
Paso 1: Quedarme sola en casa.
Paso 2: Descorchar un buen tinto chileno.
Paso 3: Música que inspire.
Paso 4: Consultar al oráculo: un cangrejo inmortal que vive dentro de mi cabeza (con acento gallego).
Paso 5: Prender a Delia, mi laptop con alma de narradora frustrada.
Check, check, check. Y más check que planilla de supermercado.
Mi hijo menor está ocupado con su amigo Bruno, bajo la tutela de un niñero recién llegado de Cambridge, Massachusetts. Lo cual suena sofisticado… hasta que uno recuerda que en realidad se fue de intercambio porque confundió “literatura comparada” con “competencia de memes”. Igual, tiene acento y eso da paz.
Mi hija mayor, que está en plena etapa “mamá-me-da-cringe”, se fue con su padre al cine. Lo cual es perfecto: él hace muchas preguntas por segundo y ella, en cambio, me ignora con talento olímpico.
Media copa más tarde, Serrat empezó a fluir por las bocinas. Joan, ese trovador divino que dice verdades con voz de terciopelo y puñal.
Y fue en ese trance, entre un sorbo y otro, cuando el crustáceo eterno (que en otra vida debió ser editor de Borges) dictó el tema:
“Nunca es triste la verdad… lo que no tiene es remedio.”
Y ahí lo tienes. Una verdad tan contundente como la resaca que vendrá mañana.
Algunos afirman que sólo la muerte no tiene remedio. Otros, que la verdad también es incurable. Yo, después de dos copas y una epifanía con olor a roble, declaro lo siguiente:
La verdad, como el vino: mientras más tiempo pasa, más fuerte pega.
Porque sí, la verdad no mata, pero deja moretones. No arde como el tequila, pero raspa como el silencio. Y no se puede tapar con un dedo, ni con dos, ni con diez… aunque estén bien pintados y lleven anillos de motivación.
Sinceramente suya,
Julieta Capuleto, sobreviviente del bloqueo creativo y bebedora funcional en nombre del arte.
Versión original 25 de julio 2010
Versión revisada 29 de julio 2025

Me encantó, de verdad. Por mi, deja la musa un poco mas de vacaciones. Yo, francamente, le discute pocas cosas a Serrat. saludos
ResponderEliminarVenga a mi lecho. No es una proposición deshonesta, es que vivo a 200 metros de donde vive Serrat.
ResponderEliminarDe acuerdo, es una proposición deshonesta (pero eso no impide que seamos realmente vecinos).
Siempre suyo
Un completo gilipollas
Yo estoy igual y sin tiempo para descorchar ni Cabernet ni nada! Buaaaaaa!!!!!!
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