miércoles, 26 de mayo de 2010

No me rendiré.

En un cuarto de hotel barato, donde la humedad carcome las paredes y el aire huele a desesperanza, un viejo maloliente consumó la destrucción de una joven virgen, lanzándola a las cloacas de la mala vida. Es una historia repetida hasta la náusea, un ritual macabro que se repite en los rincones más oscuros del mundo.

La soledad aplasta como una losa pesada, y el tiempo parece morir en cámara lenta, detenido en el tic tac de un reloj roto que marca el final antes del principio. Las personas caminan mutiladas, fantasmas andantes que arrastran heridas invisibles, destrozadas por el desamor, o quizás por un amor que las devoró sin piedad.

El terror de un alma sola, enterrada viva en un rincón sin luz, consumiéndose poco a poco, suicidándose en las alcantarillas de una ciudad roja, donde ni siquiera la muerte ofrece alivio.

Ella lo ve, lo respira, lo siente en cada poro. Pero la oscuridad no la doblega.

Debe haber una forma de contarlo.

Tiene que haber una manera de desnudar esta podredumbre.

¡Se tiene que poder!

¡La tengo que encontrar!

Porque aunque el abismo se trague todo, aunque el peso del horror intente aplastarla, no se rendirá. No hoy, no nunca.

Y en esa obstinación yace su única esperanza: ser la voz de los que ya no tienen voz, el grito en la noche eterna, la sombra que se niega a desaparecer.

Versión original 26 de mayo de 2010
Versión revisada 27 de julio 2025

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