jueves, 20 de mayo de 2010

Sábado de ficción

-Este sábado quiero hacer una paellita, dijo entusiasmado.

Yo sonreí a sabiendas que usaba el singular a la ligera…el “yo” muy pronto se transformaría en “nosotros”, y al poco rato en “yo” nuevamente… pero él dejaría de ser la primera persona.

Luego fue a casa de su buen amigo a pedirle la paellera prestada. Debo acotar que, aunque margariteño, su amigo habría sido un buen alemán, por aquello de lo estricto con los préstamos.

Llegado el día nos levantamos temprano para ir al mercadillo del barrio y encontrar los mejores ingredientes.

Sabía que no iba a ser fácil, pero no imaginé que terminaría apestosa a pescado, con las manos llenas de ampollas, lavando todos los utensilios de la cocina varias veces, y para rematar, siendo la bruja más amargada, regañona y malvada del planeta.

- Monta el caldo que yo hago todo lo demás. Dijo

Seguramente con “todo lo demás” se refería a limpiar ocho calamares… no sin antes romper un huevo en el piso, llenar el tope de la cocina paredes y piso de juguito de calamar (tinta incluida)… sólo para empezar la lista de desastres.

Lo siento, no pude evitarlo, tenía que hacerlo… decirle que tuviese más cuidado, y preguntarle si creía que sería posible algún día (no tenía que ser en un futuro cercano) no romper al menos un huevo al llegar del mercado!!!

A partir de ese momento se echó a perder el sábado…

Luego de comer y reposar un rato le dije que me ayudara a limpiar el desastre de cocina.

- ¿En dónde guardo las sobras? Preguntó

Le di un envase y seguí lavando los platos absorta en mis tontos pensamientos: “de haber encargado la paella en La Castañuela, habríamos gastado la mitad de dinero y ahorrado la totalidad del esfuerzo de lavar esta infinita torre de platos”.

Un sonido metálico me sacó de mi abstracción… Grité: - ¡cuidado! La paellera es de teflón y no puedes usar metal! ¡La vas a rayar!

Indignado me dijo que estaba cansado de mis humillaciones y en un acto de oronda malcriadez salió de la cocina. Estaba bravísimo.

Después de varias horas de limpieza sabatina, entré a la habitación y le dije que no se pusiera así; que me disculpara por el grito; que me preocupé por la paellera; que como era prestada debíamos ser el doble de cuidadosos.

Él: - Yo estaba teniendo cuidado. Dijo

Yo: - ¿No estabas usando una cuchara de metal para raspar el arroz?

Él: - No.

Yo - ¿me vas a decir en mi cara que no era de metal? Le pregunté incrédula

Él: Bueno si –admitió- ¡pero yo no la iba a rayar, lo estaba haciendo con cuidadito!

Yo: - Ante eso no hay argumento. Estoy sin palabras. Salí del cuarto.

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