Cuando abrí la puerta del carro sentí el penetrante calor golpearme la cara. Imaginé que así debía sentirse la onda expansiva de una explosión. Juancito y yo nos bajamos del carro mientras Felipe encontraba un puesto para estacionar.
Eran las nueve y media de la mañana y sólo se veía a una docena de personas en el porche de la ruralísima casa. “no hay tanta gente” –pensé ingenua sin haber visto antes el interior del recinto… y pregunté quién era el último en llegar. Una señora que se encontraba en medio de la calle respondió que era ella. Me coloqué detrás y me dí cuenta del porqué esperaba a mitad de la calzada…. Huía del sol abrasador que ya a esa hora era un castigo.
Después de su tercera vuelta en carro, ví a Felipe aparecer como un energúmeno diciendo casi a gritos – “¡sólo a ti se te ocurre pedir la cita del pasaporte en Caucagua!” – “¿te costaba mucho pedirla en Los Teques?”
Supuse que ya había olvidado el vía crucis que hace tan sólo un mes, vivimos en el SAIME de Los Teques…
Yo: - ¡No Felipe!, ¡no elegí Caucagua! ¡El sistema te asigna la oficina al azar!… ¿Por qué te pones así? ¿Crees que a mi me encanta achicharrarme en Caucagua?
Felipe: - “!si no hubieses puesto como opción Caucagua no nos habrían mandado para acá!”
A todas estas el tono iba in crescendo y la gente volteaba a ver qué pasaba…
Yo: “Y si tú eres tan diligente y te las sabes todas… ¿porqué no hiciste la cita? ¡El que quiere algo bien hecho debe hacerlo por si mismo! ¿No es así?... ¡al menos yo hice algo!” – grité perdiendo mi compostura.
No pude evitar pensar…”Nunca discutas con un imbécil, te hará descender a su nivel y allí te ganará por experiencia”.
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