miércoles, 23 de junio de 2010

Daliborka es una cosa de negros…

Ayer le contaba a una amiga que empecé a dar clases de arte a un grupo de niños. Me miró con una ceja arqueada y preguntó con toda la inocencia del mundo:
—¿Y tú estudiaste educación?

Sonreí con suficiencia y respondí, como quien lanza una clave secreta:
—Sí. En la Torre Daliborka.

Ella me miró como si le hubiera hablado en checo antiguo, y yo, en ese instante, extrañé profundamente a mi hermano. Estoy segura de que, si él hubiese estado allí, me habría bastado con alzar la mirada para encontrar su guiño cómplice. A veces los hermanos hablan con gestos, otras veces con recuerdos.

Ya de adultos, mi hermano y yo tenemos una relación hermosa: somos amigos, aliados y confesores. Lo cual agradezco todos los días, sobre todo por no haberlo estrangulado cuando éramos niños.
En esa época, nuestras actividades principales eran: comer, dormir y pelearnos por absolutamente todo.

Pero crecimos. Y algo cambió. Ahora siento que somos de la misma especie, que hablamos el mismo idioma emocional. Los afroamericanos lo dicen mejor que nadie cuando conversan entre ellos sobre alguna experiencia que un blanco jamás entendería: “It’s a Black thing.” Es decir: “Ni lo intentes, eso se lleva en la sangre.”

Hace algunos años viajamos a Europa con nuestros padres, sin parejas, sin hijos. Sólo nosotros, como si alguien nos hubiera devuelto a la infancia, pero sin los gritos ni los codazos. Fue un viaje mágico.

En el castillo de Praga descubrimos la historia de un noble llamado Dalibor de Kozojedy —una especie de Robin Hood checo—, que fue condenado a muerte por dar refugio a unos rebeldes. Mientras esperaba su ejecución en las mazmorras, aprendió a tocar el violín. Lo tocaba con tanta belleza, que la gente se congregaba frente a la torre solo para escucharlo.

Dalibor se volvió tan popular, que las autoridades empezaron a temer el anuncio de su ejecución. (La historia tiene versiones menos románticas, pero no las vamos a arruinar ahora). En su honor, la torre fue bautizada “Daliborka”.

Desde entonces, en nuestra familia, “Daliborka” se volvió una frase clave. Cuando uno de nosotros intenta algo sin tener idea de cómo hacerlo, el otro dice:
—Tranquilo, si Dalibor aprendió a tocar el violín en prisión, tú puedes aprender a usar Excel.

Por eso, cuando le dije a mi amiga que estudié educación en la Torre Daliborka, no mentía: fue ahí donde aprendí que todo es posible si tienes las ganas, o al menos, si tienes un hermano que se ría contigo en el intento.

Y aunque mi hermano tiene los cachetes más rosados que un niño del páramo andino…
It’s a Black thing.

Original publicado el 23 de junio del 2010
Versión revisada 28 de julio 2025

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