Ayer le contaba a una amiga que comencé a dictar clases de arte a un grupo de niños. Extrañada me preguntó dónde había estudiado docencia. Sonreí y le contesté: “En la Torre Daliborka”.
No entendió, por supuesto, y yo, una vez más, añoré la presencia de mi hermano. Estaba segura que de haberse encontrado allí, sólo hubiese tenido que subir la mirada para darme cuenta de su guiño cómplice.
En mis años de adultez he disfrutado de una especial relación de afecto con mi hermano, somos confidentes y amigos incondicionales. A menudo me encuentro agradeciendo a Dios por no haberlo “ahorcado” cuando éramos pequeños y nuestros días consistían en dormir, comer y pelear por todo.
Siento que somos de la misma especie, que hablamos el mismo idioma…. Los negros americanos lo explican así cuando conversan con blancos: ‘It’s a Black thing”… como queriendo decir: “no entenderías, tendrías que llevarlo en la sangre… es cosa de negros”.
Hace unos años hicimos un viaje a Europa en el que disfrutamos de una manera muy especial, porque fuimos con nuestros padres y sin nuestras respectivas parejas e hijos. La dimensión desconocida retrocedió el tiempo para mi hermano y para mí, dejándonos el regalo de la fraternidad y la unión tan escasas en nuestra niñez. Fue un viaje mágico.
En el castillo de Praga nos quedamos maravillados con la leyenda de una suerte de “Robin Hood” checo; un noble llamado Dalibor of Kozojedy, quien fue sentenciado a muerte por darle cobijo a rebeldes. Mientras esperaba su ejecución, aprendió a tocar el violín con tanta gracia, que atraía a gente de toda Bohemia, y se congregaban conmovidos al escuchar las tristes melodías.
Se hizo tan popular que las autoridades temían anunciar la fecha de la ejecución. Hay otras teorías menos románticas, pero no vienen al caso y es por esto que la torre donde se encontraban estas mazmorras, fue nombrada en honor a su prisionero más famoso: Daliborka.
Gracias a esta leyenda, en Praga no existe la típica excusa de estas latitudes al no saber hacer algo… Si Dalibor aprendió a tocar el violín en cautiverio… todo es posible.
Desde ese maravilloso viaje, Daliborka es la sempiterna referencia entre nosotros… Aunque mi hermano tiene los cachetes más rosados que niñito de páramo andino… “It’s a Black thing”.
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