martes, 8 de junio de 2010

Paloma

Ella caminaba lo más rápido que podía con un par de baldes rebosantes de agua. Trataba de apurar el paso para deslastrarse del perro que insistentemente la olfateaba en sus partes íntimas. El jadeante animal no paraba de acosarla al tiempo que cruzaban el patio. Sucumbía a la oscilación para ganar algo de velocidad, pero era inútil, el perro no le perdía la pista, aullaba e insistía como si persiguiera a una hembra en celo.

Ya en la platabanda, soltó uno de los baldes en el piso y se apresuró a entrar en la improvisada jaula hecha de alambre de gallinero y láminas de zinc. Cerró tras de sí la puerta, y se dispuso a llenar el bebedero de las palomas.

El agua fresca caía en la ponchera y salpicaba alrededor mojando el arenal y a una paloma que no se movía como las otras. La joven se inclinó para recogerla. Un hilo de sangre surgía de la cabeza de la blanca paloma. Con ambas manos la llevó hacia su pecho y se puso de pie. El perro, afuera de la jaula, no paraba de ladrar cada vez más fuerte.

La joven asomó su cabeza para llamar al perro. Con su mano fuera de la jaula, sacudía al blanco y espantado pájaro para captar la atención del perro. Al lograr su cometido, arrojó lejos de sí a la moribunda paloma para salir corriendo de la jaula.

El perro, de inmediato comenzó a devorar al ave.

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