jueves, 17 de junio de 2010

Inocente semántica.


El vagón estaba atestado. El aire olía a miedo viejo y a cuerpos que llevaban demasiado tiempo sin moverse. Hacía horas que sentía las piernas dormidas, hormigueando como si quisieran huir antes que el resto de ella. Se removió apenas y se obligó a mirar alrededor. No había espacio para más que eso: mirar.

Los rostros de los demás eran espejos del suyo: pálidos, exhaustos, vencidos. A veces alguien murmuraba una oración, otras veces sólo se oía el crujido de las tablas o el quejido de un niño que ya no lloraba por hambre, sino por hábito.

Pequeñas partículas de nieve, arrastradas por alguna rendija, flotaban dentro del vagón. Caían lentamente, como si la crueldad pudiera tener belleza.

Tenía sed, y el estómago le sonaba con una dignidad casi ridícula. Pero recordó la voz de su madre: “Una dama no pierde la compostura, ni siquiera en el infierno.”

Sacó del bolsillo su barra de labios. Roja, intacta. Se la aplicó con manos temblorosas, no por coquetería, sino por obediencia. A donde iba —le habían dicho— no necesitaría nada. Y sin embargo, allí estaba: roja entre la ceniza.

El chillido de los frenos la sacudió por dentro. El tren se detuvo bruscamente. Un adolescente se impulsó hacia la pequeña rendija que oficiaba de ventana. Sus dedos se aferraron al marco con ansiedad. Todos contenían la respiración.

—¿Qué ves, muchacho? —preguntó un hombre, la voz ronca de esperanza.

El chico tardó en responder. La vista al exterior era escasa, y las palabras, lejanas.

—Una estación… creo.

—¿Tiene nombre?

El chico entrecerró los ojos, como si el frío le nublara la lectura.

—A… usch… witz —balbuceó con torpeza, arrastrando las sílabas, ajeno al peso monstruoso de lo que acababa de decir.

Ella no entendió. La palabra le pareció torpe, incluso fea. Pero el silencio que siguió fue más helado que la nieve flotante. Entonces, como una grieta que se abre lenta pero segura, el terror se deslizó por dentro del vagón.

Y por primera vez en días, dejó de sentir las piernas.


Versión original 18 de junio de 2010
Versión revisada 28 de julio de 2025

2 comentarios:

  1. Interesante el relato pero tremendamente contradictorias las imágenes difícil imaginar las "partículas" de nieve flotando en un vagón repleto de gente, así como la posibilidad del niño de correr en esas circunstancias, o el lugar está repleto o hay espacio para correr...

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  2. Hace un par de días vi una película llamada fateless… Aún cuando no era la escena más espeluznante del film, me conmovió inmensamente y quise practicar mi escritura de escenas (asisto a un taller de literatura creativa y es parte de la tarea hacer estas prácticas)… No resalté lo espantoso del cuadro general para intentar sorprender al lector con el final. Tienes razón, correr, no es la palabra correcta para la aproximación a la ventana (que no era ventana)… pero las partículas de nieve si estaban ahí!
    Gracias por escribir
    J

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