sábado, 22 de octubre de 2011

Un barco inspirador

Aún cuando la escuelita se encontraba cerro abajo, tras centenares de escaleras, laberintos de bloques desnudos y techos de zinc, el modesto jardín de infancia no había traspasado la frontera de la zona humilde de Catia.

Él no tenía juguetes, sólo contaba con su imaginación para inventar mundos fantásticos, es por eso que cuando vio aquel dibujo que había hecho otro niño, se sumergió en un sueño de papel y acuarelas, en el que tenía un loro como amigo, un parche en el ojo y una barba en forma de pincel, y con ella coloreaba de azul los mares lejanos.

Estaba tan maravillado con ese barquito tricolor, que sintió como su ombligo crecía y le dejaba un hueco de afán en la panza.

—¿Me regalas el dibujo? —preguntó ansioso.

—No. Sólo quieres mi barco para decir que lo pintaste tú —acusó el autor del barquito.

Mientras más intentaba explicar que no trataba de conferirse la autoría del dibujo, los gritos del niño difamador se hacían cada vez más fuertes. Tanto, que desencadenaron un coro de vocecitas chillonas, que lo acusaban de impostor. El hueco que había en su ombligo se llenó esta vez, de impotencia líquida y para que no lo vieran llorar, echó a correr.



. . . . .



Treinta años después, caminaba por las calles del Centro de Caracas. Se detuvo a observar una agrupación de músicos que tocaba en la plaza. No fue la melodía la que llamó su atención, sino el color de sus atuendos que, de tan rojos, parecían más Diablos de Yare, que una camerata. La tonalidad de sus pensamientos fue interrumpida abruptamente cuando un Guardia Nacional lo tomó por el brazo y lo interrogó:

—¿Jacobo? ¿Jacobo Borges? ¿No te acuerdas de mí? —Preguntó aquel hombre vestido de oliva.

—Disculpa, la verdad es que no —Respondió el afamado pintor.

—Soy el niño al que pediste el dibujo del barquito para decir que habías sido tú quien lo pintó.

— ¡Claro que me acuerdo! —Exclamó emocionado— Venga un abrazo hombre.



. . . . .



La música de la plaza hacía las veces de marco para las reflexiones del artista. Mientras se alejaba despacio, se preguntaba una y otra vez «¿Por qué fui yo quien se convirtió en pintor?» Pasado un rato, todo se aclaró «Porque siempre supe que pintar era lo que quería hacer en la vida». Junto con la respuesta, el agujero en el ombligo de Jacobo Borges, se llenó de cosquilleos de satisfacción, que le dibujaron en la cara una sonrisa de pirata.

jueves, 18 de agosto de 2011

Encuentro cercano con un pollo

     Tengo 20 años de matrimonio, dos hijos grandes y en todo este tiempo, podrán suponer, he adquirido bastante práctica en los quehaceres del hogar, sobre todo si toman en cuenta que nunca he contratado servicio fijo.

    Les cuento esto para poner en contexto que mi cuota de realización de oficios anti-glamour, es bien alta. Estas tareas podrían desmayar a personas débiles de estómago, pero a fuerza de horas de vuelo, ejecutando faenas harto desagradables, pensé que ya me había curtido.

   He cambiado montañas de pañales, he limpiando el asiento trasero del carro luego de los mareos de mis hijos al volver de Choroní; he destapado trancas en el váter, he lavado acuarios en los que el infortunado pescadito flotaba hinchado y panza arriba; he lavado el tiesto putrefacto de flores viejas en la tumba de mis abuelos; he limpiado la vena de mil camarones, he llegado de largos viajes para darme cuenta de que se ha dañado la nevera, con la subsecuente descomposición de todo lo que contenía… En fin, tengo un extenso curriculum en fregado, baldeado y restregado de cosas asquerosas.

     Ayer me tocó un numerito que no había jugado… Nunca antes había comprado un pollo entero. No pensé que sería traumático para mí, quitarle la piel al pollo. Veinte años de cocina no me prepararon para despellejar a un ave con mis propias manos.

     Allí estaba, frente a mí, sin cabeza, sin patas, con esa piel amarillenta, repleta de volcanes mínimos carentes de plumas. Traté de tranquilizarme y me dije a modo de regaño: ¿Qué vaina es Julieta? ¿Te vas a amilanar ahora?

    Respiré profundo y comencé a amputar el cuello, rompí el buche que contenía aún restos de la última cena del ex plumífero. Me aferré a un colgajo de la piel de la pechuga y tiré con fuerza de esa masa amarilla y resbalosa, fue por mucho, lo más repugnante que he hecho en mi vida, o eso pensé antes de llegar al ala. En ese punto tuve que fracturar la coyuntura y romper con la tijera el hueso para poder liberar la… llamémosla, manga de pellejo gelatinoso. Hice lo mismo del otro lado y proseguí con la parte inferior, esta vez, el atasco ocurrió en el ─¿trasero?─ del animal. Tomé mi cuchillo de carnicero y lo segué de un tajo.

     El pollo seguía frente a mí, y aunque ahora estaba desnudo, ya no parecía tener frío. Lo lavé, lo froté con limón, lo condimenté y lo encerré en el horno. Mi familia se deleitó con la nueva receta. Yo, por supuesto no comí.

     Ahora soy vegetariana.

miércoles, 17 de agosto de 2011

El apuesto Bwin

No me gustan los deportes, nunca me han gustado, no los entiendo y no les encuentro la gracia, especialmente el futbol. Sufro durante los mundiales y al momento de los juegos importantes. Todo aquel que me pasa por delante parece estar hipnotizado con el evento deportivo, y yo… en la luna.

Hoy, concluí todos mis deberes a eso de las cuatro de la tarde, no había terminado de posar las asentaderas en mi cama para ver la tele un rato, cuando sonó el teléfono. Era mi amiga Loli que desesperada, porque no encontraba el canal que transmitía el partido: Barça contra el Real Madrid en el Camp Nou, me pedía que la acompañara a Altamar, para ver el juego con “Los muchachos”.

Me negué mil veces, pero no hubo argumento que pudiera con la determinación de Loli por lo que finalmente accedí. Ella, contenta por no tener que ir sola al restaurante, me dijo a modo de consuelo: «¡Chica no pongas esa cara! Tú no te preocupes que los jugadores son colirio para los ojos. Durante el juego te refrescas la vista»

Llegamos al restaurante en medio del primer tiempo. Los chicos buscaron sillas, se reacomodaron y nos hicieron sitio en el círculo que habían formado alrededor del televisor. Todos estaban absortos viendo el espectáculo. Yo, como pajarito en grama, me rendí a las redes sociales y me dediqué a ver Facebook en el móvil. No me sirvió de mucho, ya que allí también pululaban los fanáticos y todos los comentarios eran alusivos al juego.

—¿Verdad que son lindos? Me encanta Piqué —me susurró Loli al oído.

—¿Quién? —Pregunté con cara de Neófita.

—¡El novio de Shakira chica! —Miró al techo, hizo un mohín gruñón y preguntó— ¿Y a ti cuál te gusta?

—Ese, el alto de barba, el de uniforme blanco —. Señalé con la boca.

—¿Cuál? — Preguntó otra vez.

—¡Bwin! Exclamé.

La carcajada de Loli fue tan escandalosa, que casi nos sacan del sitio por gritonas.

. . . . .

Vaya ésta aclaratoria a aquellos que se estén preguntando quién es el fulano Bwin. Les informo, luego de aguantar dos horas de burlas por ignorante, aprendí que se trata del patrocinante del Real Madrid ¡Por eso estampan el nombre de la compañía en las franelas!

Ah! Se me olvidaba, el guapetón que me distrajo durante el juego es Xabi Alonso, pero para mí será siempre el apuesto Bwin.

miércoles, 10 de agosto de 2011

CHÉJOV EN EL CHARAIMA

    En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registra esta anécdota:
"Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida".



     Antonio llevaba cinco años trabajando como lavaplatos en el restaurante Sevillanas de Porlamar. Todos los días bregaba con el pesado turno de la noche y llegaba de madrugada al cuartucho de la pensión donde vivía solo. Agotado y apestoso al amasijo de tufos propio de una tasca, se lavaba la cara y el cuello en una ponchera improvisada y se apresuraba a practicar su ritual favorito.



     Por las noches, antes de acostarse, Antonio se aseguraba de que la puerta estuviese bien cerrada, para luego levantar dos cuadros de losa que escondían un hueco en el suelo y se deleitaba al contar y recontar su tesoro: cinco años de propinas acumuladas en una oxidada lata de galletas holandesas. En esos momentos le brillaban los ojos y, una mueca parecida a media sonrisa, dejaba entrever sus dientes de rata.



     Los días de Antonio se pegaban unos con otros, formando una noria que le imprimía en la cabeza la manía de acumular el dinero. Él no tenía mujeres, ni vicios, ni planes de gastar la plata, tampoco deseos de adquirir objeto alguno, no quería agradar a nadie con regalos; su placer consistía en el mero hecho de acopiar paquitas de billetes y monedas para verlas multiplicarse.



    Antonio también saboreaba imaginando la cara que pondrían «ellos» ─así se refería al reducido grupo de personas con las que coexistía─, si supiesen lo que había en su rincón secreto. Sin embargo, apagaba ese pensamiento de un soplo, cuando los imaginaba también, apropiándose de su dinero.

. . . . .

     Una noche, mientras limpiaba las mesas, Antonio encontró una ficha del Casino Charaima, se la metió en el bolsillo y al salir de su trabajo, de pasó hacia la pensión, se desvió a la casa de juegos con la intención de cambiarla por dinero metálico para guardar en su lata de galletas.



     El ambiente lo hechizó, la música de las tragamonedas lo llamaba. Antonio intentó resistir el embrujo que lo incitaba a jugar, pero el deseo fue más fuerte que su manía de atesorar plata en el hueco secreto.



     Tomó su ficha con la fuerza de quien pide un deseo, la introdujo en la ranura de la máquina del rincón y tiró de la palanca… las tres ruedas giraron. El siete de la suerte se clavó tres veces y las sirenas anunciaron que Antonio se había sacado el premio gordo. Era el primero en ganar un millón de bolívares fuertes en las maquinitas del casino.
. . . . .

     De regreso a la pensión, los temores de Antonio comenzaron a atacarlo. En la mente del joven, «Ellos» reclamaban trozos de su fortuna. Como una jauría de perros, despedazaban su gran premio. Le pedían, le exigían, le arrancaban pedazos. Antonio corría para escapar de esa manada de demonios pedigüeños que transformados en manos mendigas lo desmembraban y le arrebataban su recién alcanzada riqueza.



     Antonio estaba seguro de que no sólo tratarían de arrebatar el dinero que había ganado, sino que también invadirían su soledad, la soledad que tanto le gustaba aquella que le permitía acumular sus paquitas de plata, mirarlas, acariciarlas y ¿por qué no? hasta quererlas.



      Con todas sus fuerzas intentó buscar una salida, huir de las súplicas que estaba seguro lloverían a partir de ese momento. «Ellos» se enterarían y aún si nadie les contaba la noticia, su cara lo delataría, le arrebatarían su tesoro. Estaba atrapado, había entrado a un camino que no tenía retorno. Nada volvería a ser igual.



     Con la certeza de que no podría compartir su fortuna con «ellos», subió a una silla, amarró una soga a la viga del techo y la enlazó en su cuello.



     Los demonios de la codicia eran voraces, se apuraron a empujarlo del borde de la silla y lo despedazaron.




Final II



     De regreso a la pensión, la impotencia atacó a Antonio. El placer de acumular sus billetitos a cuentagotas, le había sido arrancado de sopetón al ganar todo aquel dinero sin esfuerzo.



     Sin su rutina de hormiga, sin el ritual de sacrificio que le daba sentido a su modo particular de acumular dinero, nada tenía sentido, todo lo contrario, el sentimiento de fracaso implosionó en las entrañas.



     Estaba atrapado, había entrado a un camino que no tenía retorno. Nada volvería a ser igual sin su lata de galletas holandesas.



     Subió a una silla, amarró una soga a la viga del techo, la enlazó en su cuello y saltó.

martes, 9 de agosto de 2011

Obediencia


El eco de su respiración se fundía con los ruidos de la noche. Sólo ojos muy acostumbrados a la oscuridad, hubiesen podido verlo petrificado bajo las sombras del rincón.

Los diablos bailaban frenéticos frente a él. Las miradas satánicas se clavaban en la palidez de su terror y luego se perdían en la penumbra. El espectáculo evocaba a una jauría de perros rabiosos, en trance de cuernos y colmillos. Al ver los demonios dar vueltas a su alrededor y abalanzarse hacia él, se tapó la boca para ahogar un grito de espanto

. . . . .

Minutos después, el artesano entró con su nueva pieza en las manos y con mucho cuidado, la posó en el suelo junto a las otras máscaras. Era un maestro en el arte de hacerlas, siempre quiso que su hijo aprendiera el oficio y continuara la tradición. Pero el muchacho se negaba. La noche anterior, ya harto de tantos miedos, y muy a su pesar, había terminado por gritarle:

—¡No quiero volver a oírte decir tonterías sobre diablos danzantes! —exclamó furioso— ¡Las máscaras no cobran vida! Aquí en Yare, los varones no lloramos, y mucho menos de miedo. Deberías quedarte un buen rato con ellas, a solas, para que aprendas a ser valiente.

El niño bajó la mirada, se enjugó las lágrimas y respondió: «Sí, papá». Entonces el artesano salió del cuarto, como salía ahora, sin darse cuenta de que en el rincón, encogido y aún con los ojos abiertos, se hallaba el cadáver de su hijo.



Fin















lunes, 27 de junio de 2011

Cuando nadie nos ve

       
  Los ruidos de la noche retumban en simetría con la oscuridad.



   Los diablos bailan frenéticos. Dan vueltas con sus satánicas miradas perdidas en la nada. Se mueven al ritmo de la noche y flotan entre las sombras de la habitación. Como en una danza de perros rabiosos, entran en un trance feroz de cuernos y colmillos.


   Furiosos colores centellean alrededor de inhumanas expresiones dibujadas en la cara de los demonios jerarcas de la cofradía.


    De pronto se enciende la luz, y al unísono, caen al piso como un chaparrón de pesadas piedras.


   Entra el viejo artesano con su nueva obra de arte en las manos. Con cuidado, la posa en el suelo junto a las otras máscaras.

lunes, 13 de junio de 2011

Delirio


Acariciar tu nombre



con el cursor del mouse


¡Qué extraña manía!


¿Delirio vanguardista?

domingo, 12 de junio de 2011

Ciclo de lluvia

Un día dijiste:
cuando vayas al mar
háblale de tus penas
pídele que aclare
las borrascas que te ciegan.

Así lo hice
me sumergí en su azul
me columpie en sus aguas
me arrullaron sus olas
se confesó mi alma.


La verdad desertó mi pecho
diluida por lágrimas
tristes lamentos cobardes
que jamás pronunciaron nada
ahogados en mar tardío
turbio de agua salada.

El sol incendió el océano
el rey sublimó las aguas
las elevó hasta el cielo
soplo de nubes blancas
cargadas de sentimientos
que nunca fueron palabras.


Las gotas en las alturas
navegan achubascadas
desbordantes de huellas tuyas
alzadas en grandes alas
emisarias encubiertas
de latidos y de ganas.


Nubosos pensamientos
oscuras tempestades
se acumulan en la noche
te rastrean incansables.


Si te llueve un aguacero
si te habla
si te toca
escucha atento el te quiero
que el mar le enjugó a mi boca.

jueves, 5 de mayo de 2011

El ciclo del llanto reprimido

Adviértase que reprimir el llanto es muy doloroso, a veces más que la pena que lo causó.


Hay un momento previo en el que los ojos, lacerados, están a punto de rebosar lágrimas clandestinas que no deben saltar al vacío. Si éstas son contenidas, se transforman en olas negras que implosionan en el alma.


En ese instante la nariz es la siguiente víctima del embate de tristeza líquida. Enrojece anegada de desconsuelo espeso y no tiene otro remedio que sorber el flébil moco.


El brebaje invasor, cada vez más denso, baja por la garganta, se estanca a medio camino y obliga a tragar grueso para embuchar el viscoso tormento y forzarlo al descenso.


Una vez en el pecho, la ola, engendro de caldo funesto, se hincha y crece descomunal; se vuelve tsunami y lo inunda todo. Lo invade todo. Una inspiración desesperada es necesaria para evitar el ahogo.


Entonces el aire reconquista el espacio y obliga a la ola oscura a hundirse profundo en las entrañas. Allí, revuelta en el torrente de veneno líquido, bulle para formar gas ácido que fluye vaporoso de angustia y asciende por el espinazo.


El vidrio de los ojos atrapa el vaho amargo y lo funde en lágrimas. Lágrimas prisioneras de fluir libres. Gotas condenadas a repetir el cruel ciclo del llanto reprimido.

lunes, 25 de abril de 2011

Zarpa


Con tu mano de seis dedos



atizas mil zarpazos,


al componer esos versos


huérfanos de abrazos,


escasos de ternura,


cargados de arañazos.






Con esa mano tú escribes,


crueles espinas narras,


relatos brunos que encarnan,


condenas colmas de saña.






Las musas caen de pena,


lloran desconsoladas,


despeñadas de altos riscos


laceradas por tus zarpas.

miércoles, 20 de abril de 2011

A tu silencio…


Silencio que vives en la boca que quiero,



silencio que grita, silencio que habita un minuto eterno.


A ti te imploro, no te deleites en mis tormentos.


Silencio estrépito vuélvete mudo,  trae palabras que junto al viento,


sequen mis lágrimas con la corriente de mil y un versos.






Silencio cruel, engendro aberrado de su derecho,


mi corazón atacas desde  parajes planos y opuestos,


balas perdidas, vuelos violentos, zamuros negros,


que ahíncan garras en un despojo ya casi muerto.


Silencio salvaje, agonizantes yacen mis restos.






Silencio hambriento, busca otros votos, busca otros fieles, busca otros puertos.


Viola otra boca, vete al exilio, soy mártir yerto.


Silencio absurdo, disparatado, hazte bien lejos.


Salta al vacío deja sus labios,  silencio frío.


Cuando te vayas, saldrán las hojas, y las  palabras, y los latidos


Vuelvan frondosas las letras verdes como los pinos.

sábado, 16 de abril de 2011

Fantasía


Yo por ti, robé las tuercas de Henry James

Me apropié de la poesía de Neruda

Falsifiqué las pinturas de Klimt y Schiele

Desvalijé los cuentos de los fraternos Grimm

Corté las flores de Barrie en los jardines de Kensington

Suplanté al sultán por mil y una noches

Con el botín fabriqué un edén en los paraninfos de una ciudad que ya no existe

Me reflejé en espejos de cielos rasos

Deliré en cantos lunares

Yo por ti… aluciné

viernes, 15 de abril de 2011

Quimera


Pretendes diferenciar la profundidad del resplandor


Profesas saber si es dolor o sonrisa

Crees distinguir la borrasca de la brisa

¿Es lluvia de acero o verde prado?

El universo es dualidad inclemente

Gira adentro sin tregua

Violenta oleada de ilusiones

Torbellino de espejismos

Tempestad de dos lágrimas azules














sábado, 9 de abril de 2011

I Griega


Cae una gota de tinta azul sobre el papel



Luego otra


Apartadas se miran


Separadas se cautivan


Con toda la fascinación que alimenta la fe


Ruedan las dos


Pliego abajo, en diagonal se atraen


Tienen la esperanza de tocarse y lo hacen


Se unen brevemente en una sola corriente que baja.


El rastro de humedad añil termina en un punto


Fundidas en un hilo trazaron una ípsilon



Y escribieron una historia.

jueves, 24 de marzo de 2011

Dos no es igual que uno mas uno.

   Desde que Greta se enteró que el profesor Alfredo había aceptado ser el tutor de la tesis de las coquetísimas gemelas Montero, el aguijón de los celos no le daba tregua y la pinchaba a toda hora.

   Fue en el segundo semestre cuando, a raíz de una discusión sobre Oscar Wilde, comenzaron a rebasar los límites de confianza aceptados entre profesor y alumna. Ambos sabían que ese tipo de amistad no estaba bien, por eso tejieron una compleja red de mensajes cifrados, miradas furtivas y gestos clandestinos imperceptibles para el resto del mundo, pero deliciosamente íntimos para ellos dos.

   El tiempo se había encargado de alejarlos del lugar común. Greta avanzaba en su carrera de Comunicación Social. Los horarios cambiantes y las pasantías hicieron que el recuerdo del jardín imaginario donde se transformaba en niña para jugar con su maestro, se tornara cada vez más borroso y distante.

  Ya no mantenía contacto con el profesor Alfredo Salas. El idilio había terminado sin poder saciar los apetitos carnales. En una relación prohibida y mayormente virtual, no hubo espacios para encuentros fuera del campus universitario. Sin embargo, Greta era posesiva y de alguna manera se sabía protagonista de las fantasías eróticas de Alfredo. No estaba dispuesta a ser destronada por las sensuales morochitas Montero.

….

   Llegó a su casa a las tres de la tarde. Puso su CD favorito, Dos Pájaros de un Tiro, grabado en la gira de conciertos ofrecidos por Serrat y Sabina. Sonrió y una chispa de sarcasmo le iluminó el rostro. También ella mataría dos pájaros de un solo tiro.

   Abrió las llaves de agua, espolvoreó sales de baño. Mientras esperaba a que se llenase la tina, se sentó frente al computador para escribir un correo al profesor Salas:


   "Te escribo por esta vía pues sospecho se puede alargar lo que te quiero contar y no cabrá en un mensaje de texto.

Quería decirte que el dolorcito en la panza que me dejó tu ausencia no ha desaparecido, se transformó en ansiedad y migró un poco al sur… es insoportable… necesito apaciguarlo de alguna forma.

Justo a las cuatro, a la hora de tu obligada tutoría, voy a dejar la puerta de casa entreabierta. Llenaré la bañera… encenderé velitas aromáticas… y me hundiré en la tibieza del agua perfumada. Cerraré los ojos e intentaré encontrar el anhelado sosiego al incendio que provocaste en mí.

Salas, es una lástima que estés tan ocupado con las mellizas, sé que te encantaría meterte en el agua conmigo, sentir en tu oreja el resuello de mi respiración hacerse cada vez más rápida y mis besos más rudos y mi lengua transformarse en manos, manos de ciego hambriento.

Era eso lo que quería decirte, que no me quedará otro remedio, que tendré que cerrar los ojos y usar toda la imaginación de la que soy capaz, para calmar este ardor yo sola…

Te extraño

Greta"

….

   La profesora Carlota Arocha escuchaba atentamente la petición de las Hermanas Montero.

   - Niñas no entiendo cómo me piden a estas alturas del semestre que sea la tutora de su tesis. ¿No las iba a asistir el profesor Alfredo Salas?

   - Eso pensamos nosotras profesora, pero ya es el sexto martes consecutivo que llegamos a las cuatro en punto al cubículo del profesor y después de esperarlo por horas, nos embarca… Su excusa es siempre la misma, dice estaba apagando un incendio.

   ¿Seis incendios consecutivos?

lunes, 7 de marzo de 2011

Duetos coloridos


   Es un espectáculo verlas cruzar el cielo caraqueño. Vuelan en pareja. Duetos coloridos se elevan en el cielo. Maravillan a los que desde abajo tenemos la suerte de ser testigos de tonalidades fugaces. Siempre en pares. Siempre brillantes, vestidas de bandera.

   Las guacamayas son una oda a la unión, a la fidelidad, a la monogamia, al número dos.

   Con el Ávila de fondo, se remontan los orgullosos papagayos. Aletean haciendo alarde de su pareja, aquella que eligieron para toda la vida, como compañía para volar en libertad.

   No logro entender qué clase de engendro puede atreverse a robarles su alma gemela y condenarlas a calabozos de soledad.






jueves, 3 de marzo de 2011


Amanecí con frío. No es una queja, me gusta que me invada y me cale hasta los huesos, poder abrigarme, no sudar al salir a la calle, caminar largo sin sentir sofoco.

No sé cuál será la temperatura, pero es inusualmente baja. Desde hace años hace mucho calor en Caracas, y ni siquiera en diciembre, el acostumbrado mes de tregua, deja uno de padecerlo.

Por eso recibo este frescor con mucha gratitud… sin brillo en la cara… con el pelo suelto y oloroso a hierbabuena.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La gota que derramó… mi hermano

Nunca lo forcé a hacer mi voluntad… lo convencía a punta de astucia y elocuencia.

Mi hermano me miraba asombrado mientras yo dibujaba los planos de nuestras aventuras. Si los ángeles de la guarda existen, el que cuidaba a César, de seguro ganaría el primer premio celestial. Es un milagro que superara la infancia en una sola pieza.

- César, ¿quieres volar?

- Los niños no podemos volar Juli.- Respondió con cara de susto.

- Lo que pasa es que tú tienes seis añitos y no sabes nada. - Repliqué yo con la cara de sobrada por la ventaja que me daba tener un año más de edad. -Yo tengo la fórmula secreta para convertir nuestros colchones en paracaídas mágicos.

- ¿En serio Juli? – El brillo de sus ojos me indicaba que había mordido el anzuelo.

- ¡Claro bobo! Tienes suerte de tenerme como hermana, yo te voy a enseñar el truco… ven ayúdame.

Nos tomó mucho esfuerzo sacar los colchones “mágicos” de las camas, arrastrarlos hasta el jardín y colocarlos justo debajo del alero más alto del techo de la casa.

     Aterrado de vértigo me preguntaba una y otra vez  si estaba segura que el colchón era mágico, yo con mi cara de “yonofuí” le repetía las instrucciones: “Lo que tienes que hacer es concentrarte y decir el hechizo… apunta y salta. No te va a pasar nada porque el colchón es como la alfombra de Aladino y te va a atajar… ¡Te lo garantizo!”

Por supuesto, cuando llegó mi turno de “volar” tuve que inventar que el colchón solo tenía poder para una sola atrapada, y como yo era muy generosa, le había regalado mi viaje. Gracias a Dios que la casa tenía un solo piso y que Cesarín tuvo tino al lanzarse.

….

Todos los días, antes de que sonara el timbre de entrada al colegio, yo me había gastado el dinero de la merienda “Dios proveerá”, pensaba sonriente. Claro, Dios me había provisto de un hermano planificador, que guardaba la mitad del dinero para comprar dulces y darse gusto en la tarde a la hora de las comiquitas. Yo todos los días me convertía en una suerte de mini- Sherezade y me las arreglaba para que el muy inocentón cayera, mil y una veces, en la trampa que lo despojaba de su merienda.

Yo no advertía que César crecía, así como el agravio, gota a gota se iba colmando… y aquél día rebosó.

- ¿Qué te compraste hoy hermano? Indagué para tejer mi red del día.

- Un sobre de Kool Aid. Hice heladitos. ¡Pero no te los vayas a comer, o te acuso con Mamá! – Advirtió como era su costumbre.

Me la había puesto facilita, pensé, ni siquiera tendría que hacer el esfuerzo de planear una treta…

….

Lamía el helado… tenía un gustillo raro… otra probadita… definitivamente quedaba un dejo extraño en la boca… no atinaba a definirlo… Mmmmm.

- ¡César! Grité ¿De qué sabor era el Kool Aid que compraste?

Me miró fijamente. Tenía una expresión en la cara que nunca antes le había visto. Me imagino que él, a su modo, también degustaba algo nuevo y dulce: La venganza.

- Sabor a pipí hermana ¿Te gusta?








































sábado, 19 de febrero de 2011

El anillo. Tarea para el Taller.

Darío tenía 7 años trabajando como mesero en La Castañuela. Todos los días bregaba con el pesado turno de la noche. Llegaba a su rancho de madrugada, agotado y apestoso a Tasca. Se daba un baño de gato con la poca agua que tenía almacenada en un pipote, y se apresuraba a dormir para poder soñar en el día en que cambiaría su suerte.

Los días de Darío se pegaban unos con otros formando una noria pesada y perpetua que lo arrastraba por la vida. Él fantaseaba incesantemente con obtener la anhelada cuota inicial que le permitiría mudarse a una casita propia en Guatire.

….

Al llegar a su trabajo, vistió las mesas, pulió los cubiertos, dobló las servilletas de tela a modo de flor y comenzó a barrer; mientras lo hacía pensaba: – No sé para qué me mandan a barrer esta vaina, si en un pestañeo, llegará el zoológico de clientes a picotear como gallinas… y el suelo será una alfombra de migas” Seguía barriendo a la vez que refunfuñaba mentalmente. – ¡Pero no importa! ¡El esclavo Darío está siempre pendiente del suelo!”.

La algarabía del lugar indicaba que la noche estaba en su apogeo. El capitán, guiaba un nuevo grupo de comensales a la mesa asignada. Darío, los seguía sin apartar los ojos del trasero del mujeron que acompañaba a los recién llegados. Los ayudó a sentarse y fue a buscar los menús… En cámara lenta Darío presenció el momento exacto en el que el gran anillo de brillantes cayó al piso.

Miró a ambos lados. Nadie parecía haberse dado cuenta de la joya perdida. Disimuladamente le dio un puntapié a la sortija; ésta rodó hasta llegar a la pared y quedar oculta tras las patas del mueble auxiliar, de donde Darío tomó las cartas.

Sudaba frío. De reojo veía la confusión frenética en la mesa de al lado. Sabía lo que buscaban. Los latidos del corazón le martillaban el pecho. Entregó el menú a la bella mujer, prosiguió con los caballeros de rasgos extranjeros. Con todas sus fuerzas contenía el temblor de sus manos.

– !Cálmate! – Ordenaba mentalmente.

Darío ofreció la carta al más joven de los comensales. El muchacho lo dejó con la mano extendida, algo lo distraía, tenía la mirada clavada exactamente en el rincón donde Darío ocultaba el tesoro.

Pálido, Darío aullaba en silencio: – Ni lo pienses patiquincito, ese anillo es mío. ¡Epa! ¿A dónde vas? ¡No! ¡No te levantes!.

Darío intentó adelantarse al muchacho, pero era demasiado tarde, el joven tenía el anillo en la mano y se lo devolvía a su dueña que, entre risas y llantos, gratificaba al superhéroe de la noche enviándole una botella de champagne y haciéndose cargo de la cuenta de sus invitados.

Darío miraba la escena atónito… Trataba en vano de sobreponerse a la rabia de ver como el patiquín, a punta de honradez, le había arrebatado el boleto de salida del barrio.



Caracteres: 2.794
























jueves, 17 de febrero de 2011

Letras


Las letras me recitan alas y vuelo alto



Me narran un sueño vasto


Me entonan ilusiones


Me hacen viento emancipado


Me surcan sonrisas


Me brotan lágrimas


Ellas pulsan latidos


Las letras me hacen feliz…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Aventuras

Es una maravilla esto de estar loca…

en este encuentro de palabras, imágenes y sensaciones

se levanta la niebla que velaba lo más íntimo

brilla la luz y centellea el gozo

te transformas en hidalgo caballero

me convierto en Dulcinea del Toboso