jueves, 18 de agosto de 2011

Encuentro cercano con un pollo

Tengo 20 años de matrimonio, dos hijos grandes y, créanme, he desarrollado un doctorado en oficios del hogar. Y eso que nunca he contratado servicio fijo, así que si me dieran un diploma por aguantar cosas asquerosas, ya tendría estante propio.

Les cuento esto para que entiendan que mi nivel de “anti-glamour” en las tareas domésticas es altísimo. He pasado por cada tragedia que podría desmayar a alguien con estómago delicado, pero con años de vuelo y mucha práctica pensé que ya estaba curtida... hasta ayer.

He cambiado montañas de pañales que podrían tener su propio código postal, limpiado el asiento trasero del carro después de mareos épicos rumbo a Choroní, destapado váteres que parecían bombas biológicas, lavado acuarios donde el pobre pescadito decidió flotar panza arriba (RIP), fregado tiestos putrefactos en tumbas familiares, pelado mil camarones con paciencia de monja, y hasta regresado de viajes para enfrentarme a la nevera podrida, ese cementerio helado de alimentos olvidados.

Pero, amigas y amigos, ayer me tocó la faena que jamás imaginé: comprar un pollo entero y… quitarle la piel. Sí, yo, con 20 años de cocina a cuestas, no estaba preparada para despellejar un ave con mis propias manos.

Ahí estaba el pollo, sin cabeza, sin patas, con una piel amarilla llena de volcanes microscópicos donde antes hubo plumas. Me dije a mí misma con voz de coach motivacional:
—“¿Qué es esto, Julieta? ¿Te vas a amilanar ahora?”

Respiré profundo y empecé la operación amputación de cuello. Al romper el buche, me encontré con restos de la última cena del pobre pollito. Me aferré a un colgajo resbaloso de piel amarilla y tiré con fuerza. Amigas, fue lo más repugnante que he hecho en mi vida... hasta que llegué al ala.

Ahí tuve que fracturar la coyuntura, romper huesos con tijera para liberar esa manga de pellejo gelatinoso que parecía una película de terror en cámara lenta. Hice lo mismo del otro lado y cuando pensé que ya había terminado, apareció el atasco final en el... ¿trasero del animal?

Saqué mi cuchillo de carnicero y, con la serenidad de una cirujana en plena operación, hice el corte final.

El pollo, ahora desnudo y sin piel, me miraba como diciendo “¿y ahora qué?”. Lo lavé, lo froté con limón, lo sazoné y lo mandé al horno. Mi familia devoró la nueva receta con gusto.

Yo, por supuesto, no probé ni un bocado.

Y así, queridas y queridos, me declaro oficialmente vegetariana.

Versión original 19 de agosto de 2011
Versión revisada 24 de agosto 2025


miércoles, 17 de agosto de 2011

El apuesto Bwin

No me gustan los deportes. No los entiendo, no les veo ni pizca de gracia, y el fútbol, uff, ese es el Everest de mi incomprensión. Los mundiales son como una pesadilla de colores y gritos, y los días de partido, todo el mundo parece poseído por una especie de hipnosis colectiva mientras yo floto en mi propio planeta, probablemente en órbita alrededor de Marte.

Hoy, feliz y orgullosa, había terminado todos mis deberes a las cuatro de la tarde. Apenas me acomodaba en la cama para ver algo en la tele (no fútbol, obviamente), cuando suena el teléfono. Era mi amiga Loli, en modo pánico: no encontraba el canal del gran Barça contra Real Madrid, y me pedía que la acompañara a Altamar para ver el partido con “los muchachos”.

Mi primer impulso fue decir NO con mayúsculas, minúsculas y en jeroglíficos. Pero Loli es una experta en el arte del chantaje emocional, y no había argumento que resistiera su determinación. Al final, cedí. Ella, triunfante, me lanzó un consuelo de hierro:
—“¡Chica, no pongas esa cara! Tú no te preocupes, que los jugadores son colirio para los ojos. Durante el juego te refrescas la vista.”

Llegamos justo en medio del primer tiempo. Los chicos, reacomodándose como si estuvieran armando una tribu alrededor del televisor, nos hicieron un lugar en el círculo sagrado del fanatismo. Todos con la mirada clavada en la pantalla, completamente poseídos. Yo, cual pájaro en pradera, rendida a mi destino, me refugié en las redes sociales, buscando un respiro... pero ni allí escampó la tormenta: los comentarios solo hablaban del partido.

—“¿Verdad que son lindos? Me encanta Piqué,” me susurró Loli con tono de fanática en trance.

—“¿Quién?” —Pregunté con cara de absoluta novata.

—“¡El novio de Shakira, chica!” —dijo mirando al techo, como invocando fuerzas. Luego, con tono retador, añadió:
—“¿Y a ti cuál te gusta?”

Señalé al televisor tratando de disimular:
—“Ese, el alto de barba, el de uniforme blanco.”

Loli me miró incrédula y preguntó:
—“¿Cuál?”

—“¡Bwin!” —solté sin dudar, convencida de que había descubierto un nombre súper futbolero.

La carcajada de Loli fue tan estruendosa que casi nos sacan del sitio por interrumpir el sagrado ritual con nuestras risas.


Aclaro para quienes se pregunten quién es ese tal Bwin: después de aguantar dos horas de risas y burlas por mi ignorancia, aprendí que Bwin es el patrocinador del Real Madrid, por eso aparece gigante en las camisetas.

Y ese guapetón que me distrajo todo el partido es Xabi Alonso, pero para mí, siempre será el apuesto... Bwin



Versión original 18 de agosto de 2011
Versión revisada 24 de agosto 2025

miércoles, 10 de agosto de 2011

CHÉJOV EN EL CHARAIMA

    En uno de sus cuadernos de notas, Chejov registra esta anécdota:
"Un hombre, en Montecarlo, va al casino, gana un millón, vuelve a casa, se suicida".



Antonio llevaba cinco años trabajando como lavaplatos en el restaurante Sevillanas de Porlamar. Todos los días bregaba con el pesado turno de la noche y llegaba de madrugada al cuartucho de la pensión donde vivía solo. Agotado y apestoso al amasijo de tufos propio de una tasca, se lavaba la cara y el cuello en una ponchera improvisada y se apresuraba a practicar su ritual favorito.

Por las noches, antes de acostarse, Antonio se aseguraba de que la puerta estuviese bien cerrada para luego levantar dos cuadros de losa que escondían un hueco en el suelo, y se deleitaba al contar y recontar su tesoro: cinco años de propinas acumuladas en una oxidada lata de galletas holandesas. En esos momentos, le brillaban los ojos y una mueca, parecida a media sonrisa, dejaba entrever sus dientes de rata.

Los días de Antonio se pegaban unos con otros, formando una noria que le imprimía en la cabeza la manía de acumular el dinero. Él no tenía mujeres, ni vicios, ni planes de gastar la plata, tampoco deseos de adquirir objeto alguno; no quería agradar a nadie con regalos. Su placer consistía en el mero hecho de acopiar paquitas de billetes y monedas para verlas multiplicarse.

Antonio también saboreaba, imaginando la cara que pondrían «ellos» —así se refería al reducido grupo de personas con las que coexistía— si supiesen lo que había en su rincón secreto. Sin embargo, apagaba ese pensamiento de un soplo cuando los imaginaba también apropiándose de su dinero.

. . . . .

Una noche, mientras limpiaba las mesas, Antonio encontró una ficha del Casino Charaima. Se la metió en el bolsillo y, al salir de su trabajo, en vez de ir directo a la pensión, se desvió a la casa de juegos con la intención de cambiarla por dinero metálico para guardar en su lata de galletas.

El ambiente lo hechizó; la música de las tragamonedas lo llamaba. Antonio intentó resistir el embrujo que lo incitaba a jugar, pero el deseo fue más fuerte que su manía de atesorar plata en el hueco secreto.

Tomó su ficha con la fuerza de quien pide un deseo, la introdujo en la ranura de la máquina del rincón y tiró de la palanca… Las tres ruedas giraron, el siete de la suerte se clavó tres veces, y las sirenas anunciaron que Antonio se había sacado el premio gordo. Era el primero en ganar un millón de bolívares fuertes en las maquinitas del casino.

. . . . .

De regreso a la pensión, los temores comenzaron a atacarlo. En la mente del joven, «ellos» reclamaban trozos de su fortuna. Como una jauría de perros, despedazaban su gran premio. Le pedían, le exigían, le arrancaban pedazos. Antonio corría para escapar de esa manada de demonios pedigüeños que, transformados en manos mendigas, lo desmembraban y le arrebataban su recién alcanzada riqueza.

Antonio estaba seguro de que no solo tratarían de arrebatarle el dinero que había ganado, sino que también invadirían su soledad: esa soledad que tanto le gustaba, la que le permitía acumular sus paquitas de plata, mirarlas, acariciarlas y, ¿por qué no?, hasta quererlas.

Con todas sus fuerzas intentó buscar una salida, huir de las súplicas que estaba seguro lloverían a partir de ese momento. «Ellos» se enterarían y, aun si nadie les contaba la noticia, su cara lo delataría; le arrebatarían su tesoro. Estaba atrapado. Había entrado a un camino que no tenía retorno. Nada volvería a ser igual.

Con la certeza de que no podría compartir su fortuna con «ellos», subió a una silla, amarró una soga a la viga del techo y la enlazó en su cuello.

Los demonios de la codicia, voraces, se apuraron a empujarlo del borde de la silla y lo despedazaron.





Final II



     De regreso a la pensión, la impotencia atacó a Antonio. El placer de acumular sus billetitos a cuentagotas, le había sido arrancado de sopetón al ganar todo aquel dinero sin esfuerzo.



     Sin su rutina de hormiga, sin el ritual de sacrificio que le daba sentido a su modo particular de acumular dinero, nada tenía sentido, todo lo contrario, el sentimiento de fracaso implosionó en las entrañas.



     Estaba atrapado, había entrado a un camino que no tenía retorno. Nada volvería a ser igual sin su lata de galletas holandesas.



     Subió a una silla, amarró una soga a la viga del techo, la enlazó en su cuello y saltó.

martes, 9 de agosto de 2011

Obediencia


El eco de su respiración se fundía con los ruidos de la noche. Solo los ojos más acostumbrados a la oscuridad podrían haberlo visto, petrificado, encogido en el rincón.

Los diablos danzaban frenéticos frente a él. Sus miradas satánicas se clavaban en la palidez de su terror y luego se perdían en la penumbra. La escena recordaba a una jauría de perros rabiosos, en trance, llena de cuernos y colmillos. Cuando sintió que se abalanzaban hacia él, se tapó la boca para ahogar un grito de espanto.


Minutos después, el artesano entró con una nueva pieza entre las manos. Con la precisión y cuidado de quien da vida a la tradición, la posó junto a las otras máscaras.

Era un maestro en su oficio. Siempre quiso que su hijo aprendiera el arte, que heredara el secreto de esos rostros tallados para el ritual. Pero el muchacho se negaba.

La noche anterior, cansado de miedos y silencios, le había gritado:
—¡No quiero oír más tonterías sobre diablos danzantes!
—¡Las máscaras no cobran vida!
—Aquí, en Yare, los varones no lloramos, y mucho menos de miedo.
—Quédate un rato con ellas, a solas, y aprende a ser valiente.

El niño bajó la mirada, se enjugó las lágrimas y respondió: “Sí, papá.”

El artesano salió del cuarto sin notar que, en aquel rincón oscuro, encogido y con los ojos abiertos, yacía el cadáver de su hijo.

Y esa noche, en el silencio de la casa, las máscaras comenzaron a bailar.


Versión original 09 de agosto de 2011
versión revisada 24 de agosto de 2025
















lunes, 27 de junio de 2011

Cuando nadie los ve

       

Los ruidos de la noche retumban en simetría con la oscuridad.

Las máscaras despiertan.

Los diablos bailan frenéticos,
dan giros al compás de un tambor invisible,
con sus satánicas miradas perdidas en la nada.
Se mueven entre las sombras,
como perros rabiosos en trance,
un ritual de cuernos, colmillos y furia ancestral.

Furiosos colores centellean
en los rostros desfigurados de los jerarcas demoníacos,
las máscaras mayores de la cofradía.
Sus gestos, tallados con devoción,
arden de una vida que nadie ha visto… aún.

Y entonces —clic—,
se enciende la luz.

Al unísono, caen al suelo
como un chaparrón de piedras pesadas.

El viejo artesano entra.
Trae entre sus manos una nueva obra:
una máscara aún dormida.
Con cuidado, la acomoda junto a las otras.

Sin saberlo,
acaba de sumar un danzante más
al aquelarre secreto
que ocurre…
cuando nadie los ve.


lunes, 13 de junio de 2011

Delirio


Acaricio tu nombre
con el cursor del mouse.

Me quedo ahí,
flotando sobre esas letras que te nombran,
como si rozarlas
fuera tocar la idea de ti
sin romper el hechizo.

Es una caricia muda,
digital, sin cuerpo...
pero no sin ternura.

Quizá sea una manía,
o un delirio vanguardista:
amarte con la yema del dedo,
desde el otro lado del cristal.

Versión Original 13 de junio de 2011
Versión revisada 24 de agosto de 2025


domingo, 12 de junio de 2011

Ciclo de lluvia

Un día dijiste:
—Cuando vayas al mar,
háblale de tus penas.
Pídele que aclare
las borrascas que te ciegan.

Y así lo hice.
Me sumergí en su azul,
me columpié en sus aguas,
me arrullaron sus olas…
y mi alma, al fin, se confesó.

La verdad desertó mi pecho,
diluida en lágrimas tibias,
lamentos tristes y cobardes
que nunca se atrevieron a hablar,
ahogados en un mar tardío,
turbio de agua y sal.

El sol incendió el océano.
El rey de fuego sublimó las aguas
y las elevó hasta el cielo,
soplo de nubes blancas,
cargadas de sentimientos
que nunca fueron palabras.

Las gotas en las alturas
navegan achubascadas,
desbordantes de huellas tuyas,
alzadas en alas grandes,
emisarias encubiertas
de latidos… y de ganas.

Nubosos pensamientos,
tempestades silenciosas,
se amontonan en la noche
y te buscan sin demora.

Si alguna vez te llueve un aguacero,
si te habla,
si te toca…
escucha atento el "te quiero"
que el mar le enjugó a mi boca.


versión revisada 24 de agosto de 2025


jueves, 5 de mayo de 2011

El ciclo del llanto reprimido

Adviértase:
reprimir el llanto puede doler más que la pena que lo provoca.
Es un acto de violencia contra el alma,
una negación de lo humano.

Hay un instante previo —
sutil, apenas perceptible—
en el que los ojos, lacerados,
están al borde del desborde.
Lágrimas clandestinas tiemblan en la orilla,
contenidas por orgullo, por miedo, por mandato.
Y si no se les permite caer,
implosionan.
Se convierten en olas negras que revientan hacia adentro,
rompiendo en silencio el muro del alma.

Entonces la nariz, próxima víctima,
se enrojece.
Se anega de desconsuelo espeso.
No le queda otra que sorber
el flébil moco del dolor no expresado.

El brebaje invasor, cada vez más denso,
baja por la garganta.
Se estanca a medio camino.
Obliga a tragar grueso,
a empujar el tormento viscoso
para hundirlo en lo profundo.

Una vez en el pecho,
la ola —engendro de pena líquida—
se expande sin clemencia.
Se hincha. Se agiganta.
Se vuelve tsunami
y lo inunda todo:
pulmones, costillas, memoria.

Una inspiración desesperada
es lo único que impide el ahogo.
El aire, entonces, reconquista el espacio
y obliga a la oscuridad a descender.

La ola negra se sumerge,
pero no se disuelve.
Allí, en las entrañas,
se mezcla con el torrente venenoso del dolor,
y bulle.
Se transforma.

Se vuelve gas ácido.
Sube en forma de angustia evaporada,
y asciende por el espinazo
como un lamento sin voz.

Los ojos, esos centinelas de cristal,
atrapan el vaho amargo.
Lo funden en lágrimas que no caerán.
Gotas inmóviles,
prisioneras de su curso natural.

Lágrimas condenadas
a repetir, una y otra vez,
el cruel ciclo del llanto reprimido.


Versión original 06 de mayo de 2011

Versión revisada 24 de agosto 2025


lunes, 25 de abril de 2011

Zarpa


Con tu mano de seis dedos
atizas mil zarpazos,
y compones esos versos
huérfanos de abrazos,
escasos de ternura,
llenos de arañazos.

Con esa mano tú escribes,
espinas crueles narras,
relatos brunos que encarnan
condenas llenas de saña.

Las musas caen de pena,
lloran desconsoladas,
despeñadas desde riscos,
laceradas por tus zarpas.


versión revisada 24 de agosto de 2025


miércoles, 20 de abril de 2011

A tu silencio…

Silencio que vives en la boca que quiero,
silencio que grita,
silencio que habita un minuto eterno.

A ti te imploro:
no te deleites en mis tormentos.

Silencio, estrépito, vuélvete mudo;
trae palabras que, junto al viento,
sequen mis lágrimas
con la corriente de mil y un versos.

Silencio cruel,
engendro aberrado de su derecho,
mi corazón atacas desde parajes
planos y opuestos:
balas perdidas,
vuelos violentos,
zamuros negros
que ahíncan garras
en un despojo ya casi muerto.

Silencio salvaje,
agonizantes yacen mis restos.

Silencio hambriento,
busca otros votos,
busca otros fieles,
busca otros puertos.

Viola otra boca,
vete al exilio —
soy mártir yerto.

Silencio absurdo, disparatado,
hazte bien lejos.

Salta al vacío,
deja sus labios,
silencio frío.

Cuando te vayas,
saldrán las hojas,
y las palabras,
y los latidos.

Y volverán frondosas
las letras verdes
como los pinos.

Revisado 24 de agosto 2025


sábado, 16 de abril de 2011

yo por ti


Yo por ti,
robé las tuercas de Henry James,
desarmé sus mecanismos con manos de sombra
y les di cuerda con el pulso del deseo.

Me apropié, sin culpa, de la poesía de Neruda,
deshojando sus metáforas
hasta convertirlas en besos indecentes
sobre la página de tu piel.

Falsifiqué los trazos dorados de Klimt,
las líneas inquietas de Schiele,
pintando tus formas en muros invisibles
donde sólo yo podía verte.

Desvalijé los cuentos de los hermanos Grimm,
guardé en mi bolsillo los finales felices
y reescribí las moralejas
con tinta de fiebre.

Arranqué las flores de Barrie
en los jardines invisibles de Kensington,
persiguiendo la fragancia de tu risa
más allá del polvo de hadas.

Suplanté al sultán
por mil y una noches,
y en cada una,
te inventé una historia
para que no dejaras de soñarme.

Con el botín de todos los mundos
construí un edén clandestino
entre los paraninfos de una ciudad que ya no existe,
donde el saber era delirio
y el amor, una lengua extinta.

Me reflejé en espejos de cielos rasos,
me busqué en las grietas de su luz artificial,
deliré en cantos lunares
que sólo se escuchan al borde de la locura.

Yo por ti…
trasgredí el arte,
el tiempo,
la lógica,
el juicio.

Yo por ti…
aluciné.

Versión original 16 de abril de 2011
Versión revisada 24 de agosto 2025

viernes, 15 de abril de 2011

Quimera


Pretendes descifrar
la hondura del resplandor,
como si la luz no pudiera doler,
como si el abismo no supiera brillar.

Afirmas saber
si lo que tiembla en el rostro
es una sonrisa o una herida que disimula.

Te jactas de distinguir
la brisa que acaricia
de la borrasca que desgarra,
como si el aire no pudiera ser filo.

¿Es esto lluvia de acero
o la caricia líquida de un prado verde?

El universo no responde.
Es una dualidad inclemente,
que gira hacia adentro,
sin pausa,
sin tregua,
sin juicio.

Violenta oleada de ilusiones,
torbellino de espejismos,
verdades que se quiebran
como cristales en las manos del alma.

Y al final,
solo quedan dos lágrimas azules,
cayendo con la furia de una tempestad
que nadie supo nombrar.


Publicado 15 de abril 2011
Revisado 24 de agosto 2025

















sábado, 9 de abril de 2011

I Griega


Cae una gota de tinta azul
sobre el papel virgen.

Luego, otra.

Distantes,
se reconocen en el silencio.

Se miran sin tocarse,
se anhelan sin promesas,
cautivas en la danza de lo inevitable.

La fascinación que sólo conoce la fe
las empuja.

Ruedan las dos,
pliego abajo,
diagonal como destino compartido.

Se buscan con la esperanza
de rozarse.

Y lo hacen.

Brevemente.

El instante es líquido y eterno.

Se funden en un solo trazo,
una corriente azul que cae
como un suspiro suspendido.

El rastro de humedad añil
se detiene en un punto.

Han dibujado, sin saberlo,
una ípsilon.

La bifurcación.
El cruce.
El hilo del encuentro.

Y con ese gesto,
mínimo y sagrado,
han escrito una historia.

Versión original 10 de abril de 2011
Versión revisada 24 de agosto de 2025


jueves, 24 de marzo de 2011

Fuego a las cuatro

   Desde que Greta supo que el profesor Alfredo Salas había aceptado ser el tutor de las coquetas gemelas Montero, algo punzante y persistente empezó a anidar bajo su piel. Era un aguijón de celos: fino, tenaz, siempre activo. La herida no sangraba, pero ardía.

   Había sido durante el segundo semestre, en una discusión sobre Oscar Wilde, cuando el vínculo entre ellos cruzó sin retorno la delgada línea que separa la admiración intelectual del deseo. A partir de entonces, su relación tomó forma en el lenguaje de lo oculto: mensajes cifrados, miradas como ráfagas, gestos que nadie más podía descifrar, pero que para ellos eran un código compartido, íntimo, casi sagrado.

   Con el tiempo, la universidad, sus horarios cambiantes y las exigencias de las pasantías terminaron por desdibujar el jardín secreto donde Greta, convertida en niña, jugaba a ser descubierta por su maestro. Ya no había contacto. El idilio —más platónico que carnal— se había evaporado sin consumarse. Y, sin embargo, ella se sabía aún presente en sus pensamientos, como un fantasma que acaricia sin cuerpo.

   No estaba dispuesta a ceder ese lugar. Mucho menos ante el escote simétrico de las Montero.


   Llegó a su apartamento a las tres en punto. Puso en el reproductor Dos Pájaros de un Tiro, la gira compartida de Serrat y Sabina, y una sonrisa cargada de ironía le curvó los labios. Tal vez ella también podía matar dos pájaros con un solo gesto.

Abrió las llaves del agua caliente, espolvoreó sales de lavanda, y mientras la bañera se llenaba, se sentó frente al computador. Escribió un correo que no necesitaba más revisiones que el deseo:


Asunto: A las cuatro

Alfredo:

   Te escribo por esta vía porque lo que quiero decir no cabe en un mensaje breve. El vacío que dejó tu ausencia se ha desplazado en mí. Ya no está en el pecho: bajó, se volvió ansiedad húmeda, una fiebre que no se calma con palabras.

   A las cuatro —tu hora habitual de tutoría— dejaré la puerta entreabierta. La bañera estará llena. Velas encendidas. Me hundiré en ese calor con los ojos cerrados, intentando imaginar tus manos donde no han estado, tu boca donde nunca llegó.

   Una lástima que estés tan ocupado con las mellizas. Sé que te encantaría estar aquí, sintiendo el ritmo de mi respiración acelerarse en tu oído, mis besos volverse más voraces, mi lengua transformarse en manos —manos de ciego con hambre.

   En fin. Quería avisarte. A falta de tu presencia, tendré que apelar a la imaginación para apagar este incendio. A solas.

   Te pienso. Te extraño.

   Greta


   A las cuatro, el agua tibia la recibió como un cuerpo que la esperaba desde siempre. Cerró los ojos. Fuera del baño, el reloj avanzaba en silencio.


   Mientras tanto, en otro edificio de la universidad, la profesora Carlota Arocha escuchaba atónita la petición de las hermanas Montero.

—¿Cómo que necesitan nueva tutora? ¿No era el profesor Salas quien supervisaba su tesis?

—Eso creíamos, profesora —respondió una de ellas, acomodándose el cabello—, pero llevamos seis martes seguidos llegando puntualmente a su cubículo a las cuatro… y él nunca aparece. Siempre nos deja plantadas.

—¿Y qué excusa les da?

—Siempre lo mismo —dijo la otra, cruzando los brazos—: que estaba apagando un incendio.

Carlota levantó una ceja, suspicaz.

—¿Seis incendios consecutivos?

   El silencio cayó como una vela extinguida.


*Versión revisada en julio de 2025

lunes, 7 de marzo de 2011

Duetos coloridos


   Es un espectáculo verlas cruzar el cielo caraqueño. Vuelan en pareja. Duetos coloridos se elevan en el cielo. Maravillan a los que desde abajo tenemos la suerte de ser testigos de tonalidades fugaces. Siempre en pares. Siempre brillantes, vestidas de bandera.

   Las guacamayas son una oda a la unión, a la fidelidad, a la monogamia, al número dos.

   Con el Ávila de fondo, se remontan los orgullosos papagayos. Aletean haciendo alarde de su pareja, aquella que eligieron para toda la vida, como compañía para volar en libertad.

   No logro entender qué clase de engendro puede atreverse a robarles su alma gemela y condenarlas a calabozos de soledad.






jueves, 3 de marzo de 2011


Amanecí con frío. No es una queja, me gusta que me invada y me cale hasta los huesos, poder abrigarme, no sudar al salir a la calle, caminar largo sin sentir sofoco.

No sé cuál será la temperatura, pero es inusualmente baja. Desde hace años hace mucho calor en Caracas, y ni siquiera en diciembre, el acostumbrado mes de tregua, deja uno de padecerlo.

Por eso recibo este frescor con mucha gratitud… sin brillo en la cara… con el pelo suelto y oloroso a hierbabuena.

miércoles, 23 de febrero de 2011

La gota que derramó… mi hermano

Nunca lo forcé a hacer mi voluntad… lo convencía a punta de astucia y elocuencia.

Mi hermano me miraba asombrado mientras yo dibujaba los planos de nuestras aventuras. Si los ángeles de la guarda existen, el que cuidaba a César, de seguro ganaría el primer premio celestial. Es un milagro que superara la infancia en una sola pieza.

- César, ¿quieres volar?

- Los niños no podemos volar Juli.- Respondió con cara de susto.

- Lo que pasa es que tú tienes seis añitos y no sabes nada. - Repliqué yo con la cara de sobrada por la ventaja que me daba tener un año más de edad. -Yo tengo la fórmula secreta para convertir nuestros colchones en paracaídas mágicos.

- ¿En serio Juli? – El brillo de sus ojos me indicaba que había mordido el anzuelo.

- ¡Claro bobo! Tienes suerte de tenerme como hermana, yo te voy a enseñar el truco… ven ayúdame.

Nos tomó mucho esfuerzo sacar los colchones “mágicos” de las camas, arrastrarlos hasta el jardín y colocarlos justo debajo del alero más alto del techo de la casa.

     Aterrado de vértigo me preguntaba una y otra vez  si estaba segura que el colchón era mágico, yo con mi cara de “yonofuí” le repetía las instrucciones: “Lo que tienes que hacer es concentrarte y decir el hechizo… apunta y salta. No te va a pasar nada porque el colchón es como la alfombra de Aladino y te va a atajar… ¡Te lo garantizo!”

Por supuesto, cuando llegó mi turno de “volar” tuve que inventar que el colchón solo tenía poder para una sola atrapada, y como yo era muy generosa, le había regalado mi viaje. Gracias a Dios que la casa tenía un solo piso y que Cesarín tuvo tino al lanzarse.

….

Todos los días, antes de que sonara el timbre de entrada al colegio, yo me había gastado el dinero de la merienda “Dios proveerá”, pensaba sonriente. Claro, Dios me había provisto de un hermano planificador, que guardaba la mitad del dinero para comprar dulces y darse gusto en la tarde a la hora de las comiquitas. Yo todos los días me convertía en una suerte de mini- Sherezade y me las arreglaba para que el muy inocentón cayera, mil y una veces, en la trampa que lo despojaba de su merienda.

Yo no advertía que César crecía, así como el agravio, gota a gota se iba colmando… y aquél día rebosó.

- ¿Qué te compraste hoy hermano? Indagué para tejer mi red del día.

- Un sobre de Kool Aid. Hice heladitos. ¡Pero no te los vayas a comer, o te acuso con Mamá! – Advirtió como era su costumbre.

Me la había puesto facilita, pensé, ni siquiera tendría que hacer el esfuerzo de planear una treta…

….

Lamía el helado… tenía un gustillo raro… otra probadita… definitivamente quedaba un dejo extraño en la boca… no atinaba a definirlo… Mmmmm.

- ¡César! Grité ¿De qué sabor era el Kool Aid que compraste?

Me miró fijamente. Tenía una expresión en la cara que nunca antes le había visto. Me imagino que él, a su modo, también degustaba algo nuevo y dulce: La venganza.

- Sabor a pipí hermana ¿Te gusta?








































sábado, 19 de febrero de 2011

El anillo. Tarea para el Taller.

Darío tenía 7 años trabajando como mesero en La Castañuela. Todos los días bregaba con el pesado turno de la noche. Llegaba a su rancho de madrugada, agotado y apestoso a Tasca. Se daba un baño de gato con la poca agua que tenía almacenada en un pipote, y se apresuraba a dormir para poder soñar en el día en que cambiaría su suerte.

Los días de Darío se pegaban unos con otros formando una noria pesada y perpetua que lo arrastraba por la vida. Él fantaseaba incesantemente con obtener la anhelada cuota inicial que le permitiría mudarse a una casita propia en Guatire.

….

Al llegar a su trabajo, vistió las mesas, pulió los cubiertos, dobló las servilletas de tela a modo de flor y comenzó a barrer; mientras lo hacía pensaba: – No sé para qué me mandan a barrer esta vaina, si en un pestañeo, llegará el zoológico de clientes a picotear como gallinas… y el suelo será una alfombra de migas” Seguía barriendo a la vez que refunfuñaba mentalmente. – ¡Pero no importa! ¡El esclavo Darío está siempre pendiente del suelo!”.

La algarabía del lugar indicaba que la noche estaba en su apogeo. El capitán, guiaba un nuevo grupo de comensales a la mesa asignada. Darío, los seguía sin apartar los ojos del trasero del mujeron que acompañaba a los recién llegados. Los ayudó a sentarse y fue a buscar los menús… En cámara lenta Darío presenció el momento exacto en el que el gran anillo de brillantes cayó al piso.

Miró a ambos lados. Nadie parecía haberse dado cuenta de la joya perdida. Disimuladamente le dio un puntapié a la sortija; ésta rodó hasta llegar a la pared y quedar oculta tras las patas del mueble auxiliar, de donde Darío tomó las cartas.

Sudaba frío. De reojo veía la confusión frenética en la mesa de al lado. Sabía lo que buscaban. Los latidos del corazón le martillaban el pecho. Entregó el menú a la bella mujer, prosiguió con los caballeros de rasgos extranjeros. Con todas sus fuerzas contenía el temblor de sus manos.

– !Cálmate! – Ordenaba mentalmente.

Darío ofreció la carta al más joven de los comensales. El muchacho lo dejó con la mano extendida, algo lo distraía, tenía la mirada clavada exactamente en el rincón donde Darío ocultaba el tesoro.

Pálido, Darío aullaba en silencio: – Ni lo pienses patiquincito, ese anillo es mío. ¡Epa! ¿A dónde vas? ¡No! ¡No te levantes!.

Darío intentó adelantarse al muchacho, pero era demasiado tarde, el joven tenía el anillo en la mano y se lo devolvía a su dueña que, entre risas y llantos, gratificaba al superhéroe de la noche enviándole una botella de champagne y haciéndose cargo de la cuenta de sus invitados.

Darío miraba la escena atónito… Trataba en vano de sobreponerse a la rabia de ver como el patiquín, a punta de honradez, le había arrebatado el boleto de salida del barrio.



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jueves, 17 de febrero de 2011

Letras


Las letras me recitan alas y vuelo alto



Me narran un sueño vasto


Me entonan ilusiones


Me hacen viento emancipado


Me surcan sonrisas


Me brotan lágrimas


Ellas pulsan latidos


Las letras me hacen feliz…

miércoles, 16 de febrero de 2011

Aventuras

Es una maravilla esto de estar loca…

en este encuentro de palabras, imágenes y sensaciones

se levanta la niebla que velaba lo más íntimo

brilla la luz y centellea el gozo

te transformas en hidalgo caballero

me convierto en Dulcinea del Toboso

sábado, 12 de febrero de 2011

A veces


A veces, en mis momentos tristes, pensamientos se transforman en pajarracos negros, abandonan mi cabeza y se quedan largas horas dando vueltas sobre un despojo de ansiedad y desasosiego.

Sólo a veces…


lunes, 7 de febrero de 2011

Una cigüeña ingeniosa

Érase una vez una cigüeña que dedicó su vida al reparto de bebés. Centenares de hermosos pequeñuelos fueron transportados por sus robustas alas llegando sanos y salvos a su destino.

Por muchos años viajó desde París, surcando el cielo con sus valiosos paquetes a buen resguardo, dentro de un blanquísimo pañuelo atado a su pico. Atravesó increíbles distancias… altísimas montañas, vastas llanuras e inmensos océanos para llenar de amor muchos hogares al rededor del globo.

La fábrica de bebés tenía una solicitud marcada “urgente” que debía llegar de inmediato a un paraíso terrenal fuente de brillantes colores: Venezuela. Era un pedido muy especial…. Se trataba de un pequeño milagro repleto de dones maravillosos. Estaría colmado de extraordinaria inteligencia…belleza y mirada sensible a la vida.

Pero la cigüeña agotada de tantas largas travesías, no tenía más fuerzas para hacer otro extenuante viaje al lejano edén sudamericano, y por eso trazó un ingenioso plan que le permitiese quedarse a descansar en la ciudad de la luz.

Paseaban tomados de la mano por los Campos Elíseos. Eran diferentes a las demás parejas. Su aura resplandecía y los hacía destacar de entre la multitud. La cigüeña decidió bajar a echar un vistazo, y cuál sería su sorpresa al darse cuenta que los esposos que había estado observando, estaban hechos de la misma esencia y del mismo calor humano del crío que debía transportar a Venezuela…

Sonrió pícara al reparar que sí podía tener una jubilación temprana. ¡Era una idea excelente! ¡No tendría que ir a Venezuela para hacer una unión perfecta!

….

Satisfecha, anidó plácida en la chimenea de una de las casas de las afueras de París. Esperaba ansiosa el día en que, con un vuelo corto y cómodo, completaría las vidas de Gustave y Coraline…

Ya no sólo compartirán cama, sueños y jardín…

-Fin-

miércoles, 2 de febrero de 2011

Statua Ecclesiæ Latinæ

Seguí el ritual al pie de la letra. Incesantemente repetí todas las oraciones. Decreté mil órdenes de expulsión. Me valí de todos los artificios necesarios para realizar un exorcismo: crucifijos, reliquias, agua bendita.

Mis días volvían poco a poco a la normalidad… Lo cotidiano pulverizaba todos sus rastros…Las obsesiones se desvanecían.

Me sentí liberada.

Finalmente había logrado dominar al demonio que me había poseído… o eso creí. Pensé que el tiempo se había encargado de rematarlo...

De pronto me subyugó de nuevo al clavar sobre mí, su mirada de buitre. Me apuntó con su dedo índice, que se alargaba transformándose en espuela de ave rapaz. Surcaba los rincones de mi mente y daba vueltas en espiral…

Yo, posesa reincidente, levitaba.

viernes, 28 de enero de 2011

Conjeturas…

Tal vez quiere revelar visos de la poesía que habita en su cabeza… Conmueve

Tal vez quiere plasmar matices de colores que nacen en sus entrañas… Brilla

Tal vez quiere silbar melodías  que  pulsan  en  su esencia …Hipnotiza

Tal vez quiere dejar huellas del fuego que arde en su alma… Abrasa

Tal vez quiere cautivar con su fuerza única… Seduce

Tal vez quiere decir… Besa





domingo, 23 de enero de 2011

Corazón


   Hubo un tiempo en el que palpitaba feliz…

   El corazón se sentía afortunado y agradecido porque la vida estaba hecha de savia roja como la rosa más pura. Podía sentir su movimiento al transformarse en una sonrisa que latía infinita.

   No supo el corazón en qué momento se heló su esencia, pero un día, se halló casi inmóvil envuelto en un hábito de fría escarcha. El mundo se volvió plomizo, pesado. Palpitaba manso entre gélidas pausas. Sangre grisácea se estancaba entre sístole y diástole… Agonizaba.

   De pronto vio una llama a lo lejos, quiso asirse a ella y salir del letargo en el que estaba suspendido. Ávido de sentir, comenzó a pulsar cada vez más fuerte para encontrar briosos torrentes de arrebato… de delirio… de frenesí.

  El corazón aprendió algo inesperado: La pasión no siempre es del color del júbilo y el gozo… muchas veces es azul como la melancolía, índigo como la nostalgia y añil como la tristeza.




jueves, 20 de enero de 2011

Nariz de payaso

     Todo lo que sentía por ti me lo arranqué del pecho, lo arrugué fuerte y lo amalgamé hasta formar una bola compacta.

     Distante observo a esa esfera perversa querer cobrar vida nuevamente. Intenta acercarse a mi oído para susurrarme cantos de sirenas y hechizarme con latidos y bosques de pinos…

     Pero yo sé que es una celada de ese ovillo fatal, para incrustarse en mi pensamiento como hierro para marcar reses.

     La bola me asecha, espera paciente un momento de debilidad para asaltarme, enquistarse y crecer a paso de tumor maligno.

     Lágrimas bajan por mi cara.

    Tomo la bola entre mis manos, le hundo mi dedo índice y la sumerjo en tinta roja.

    La coloco sobre mi nariz…

     En el espejo veo un payaso.